Antaño las convalecencias eran otra cosa. Venía a casa la
gente del pueblo. Uno te traía un caldo, otro te ponía al día de las noticias
del lugar, alguien te ponía una lavadora y otros te proveían de lectura.
Y con todos, todos, había tiempo y ocasión para charlar
pausadamente ante la imposibilidad de realizar las habituales tareas
perentorias. Buenos momentos para recuperar amistades, retomar la charla,
descubrir quiénes son buenos vecinos.
Pero los tiempos cambian hasta para esto. ¿Quién no ha
vivido una situación como la que describo?
Visita al amigo inmovilizado por un accidente de tirolina o
por un resbalón en el hielo. Para visitarlo ha habido que hacer encaje de
bolillos porque es difícil encontrar un hueco en la caótica agenda inexistente
que nos guía de lunes a viernes.
Llegas con tu sonrisa, tu conversación e incluso tus
bombones. Y te encuentras con la casa de la tecnología. Casi como un centro de
control de la NASA. Dos teléfonos móviles, el fijo y el ordenador rodean al
amigo inmovilizado.
Inicias una conversación divertida sobre un tema de
actualidad. Peeeeeeeeeeep. Acaba de recibir un mensaje instantáneo whatsapp y
ha de contestarlo. Pierde el hilo de la conversación. Retomáis. Titiriti. En
esta ocasión es un correo electrónico. “Disculpa, es mi jefe. Tengo que contestarle
ya porque es importante”.
Otra interrupción mientras miras al techo y descubres que
hace tiempo que tu amigo no pinta. Retomáis. Nanananana. Ahora el móvil. “¿Me
lo acercas, que no llego? Gracias. Perdona, es Pepe y ya sabes cómo se pone si
no le contesto”.
Cuando ya no sabes de qué estabais hablando te das cuenta de
que has perdido un tiempo precioso, que te tienes que ir y que será más fácil
hablar por teléfono o por mail. Qué lástima.
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