Visto lo visto en los últimos días, nos quejamos por nada en
comparación con lo que están pasando otros.
A ver, supongamos que usted es un funcionario raso, de los
que ganan menos de veinte mil euros al año. ¿Le han bajado el sueldo? ¿Quizás
un 5%? ¿Ha dejado de percibir cincuenta euros al mes?
Pues no se queje, hombre. ¿Qué son cincuenta euros? ¿Tal vez
la academia de inglés de su hija? ¿La cuota de su gimnasio? ¿El aperitivo de
los domingos? Va, todo prescindible y superfluo.
Póngase en el lugar de los demás y verá lo que es sufrir.
Piense, por ejemplo, en Rodrigo Rato. Hasta el año pasado cobraba prácticamente
doscientos mil euros (al mes) y ahora va a pasar a cobrar ¿solo? seiscientos
mil euros (al año).
¿Puede imaginarse cómo se va a organizar ahora cobrando
prácticamente ¿solo? la cuarta parte de lo que cobraba antes? Y él solo es uno
de esas decenas de banqueros a los que hemos mantenido con nuestros ahorros y
que ahora van a tener que sobrevivir con semejante rebaja.
Medidas como esta solo dejan al descubierto realidades tan
injustas y crueles que nos reafirman en que el modelo que habíamos construido en
la época del pelotazo era digno de extinguirse.
Lo malo es que para usted el inglés, su gimnasio o el
aperitivo no son prescindibles ni banales. Son esas pequeñas cosas por las que
piensa que merece la pena madrugar cada día, esa pequeña recompensa que le hace
sentirse bien y le permite pensar que algo hemos evolucionado desde la
Revolución Industrial.
Así que sí, esos cincuenta euros (y los que vendrán) son
para usted más importantes que los ciento cincuenta mil para los banqueros
degradados. Y sí, podemos quejarnos, aunque a todos nos toque apechugar.
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