lunes, 20 de enero de 2014

Era esto

Me acerco al cajero de forma automática (desde luego, cuando me pongo con los juegos de palabras no tengo fin…) y casi me da un algo al creer que estoy frente a una tragaperras, tal es el despliegue de luz y color de la máquina infernal.

Además, después del simulacro de síncope, no se le ocurre finalizar nuestro breve encuentro más que con un terrible mensaje: el límite diario de mi tarjeta excede mi efectivo disponible… y estamos a veintipocos.

Entro a comprar el sobre de burbujas que ha provocado la extracción de los veinte euros de rigor para hacer el envío absurdo de turno. Mientras me pierdo por los pasillos, oigo al niño chino luchar por aprender una poesía sobre el viento y la luna y no puedo evitar caer en un estado previo a la nostalgia.

Cuando uno tiene esa edad tiene la certeza de que el dinero es algo que sirve para comprar chuches y juguetes y que aparece cuando se necesita en el monedero de las madres o en la cartera de los padres. Nada parecido a los mensajes contradictorios de mi cajero.

Por no hablar de la frustración que aparece cuando los Reyes Magos deciden que ya has alcanzado esa edad en la que tienes que salir de su nómina. O, cuando ya has asumido ese olvido, resulta que tu amigo invisible de este año se ha equivocado y te has quedado con cara de póker y sin nada mientras todos abren sus paquetes. Y, para redondear, te llaman para decirte que tu nombre no aparecía en la remesa del mes y que, si eso, ya cobrarás el mes que viene.

Cuando tienes la edad del niño que repite la poesía no te planteas que un día te sacarán de su lista los Reyes o que tendrás que utilizar gran parte de tu tiempo en conseguir que el dinero encuentre el camino hacia tu cartera. Ni que no puedes comer lo que quieras porque estás a dieta permanente por peso o por colesterol. Ni que no puedes ver lo que quieres en la tele porque eres cualquier cosa menos dueño del mando.

Cuando aprendes poesías sobre el viento y la luna crees que hacerse mayor es otra cosa. Pero no: era esto.

Por cierto, ¿hay viento en la luna?