viernes, 27 de abril de 2012

Bordeando los cuarenta


Los territorios de frontera tienen un no sé qué que los convierten en zonas tan peligrosas como atractivas. Tan concurridas como temidas. Una sensación de límite, de horizonte, de hito, envuelve la llegada de los temidos, o anhelados, según se mire, cuarenta.
Cuando tiempo atrás llegó el momento de traspasar la línea a los de nuestro entorno, vimos cómo cometieron estupideces encubiertas bajo la fútil coartada de la “crisis de los cuarenta”. No nos dimos cuenta de que al mismo tiempo diseñábamos nuestro futuro, ideando automática e involuntariamente una imagen de cómo sería nuestra vida y cómo seríamos nosotros a esa edad.
Porque, mirando a nuestro alrededor, ese era el momento de la vida en el que uno llegaba a ser aquello por lo que se le recordaría en el futuro o ese personaje en el que se detendría cuando contase su propia historia una vez retirado de la primera línea de lucha.
Pero los tiempos cambian y cuántos son los que hoy se acercan, alcanzan y rebasan la frontera sin haber conseguido muchos de los objetivos de estabilidad, éxito, aventura o rutina sostenida con los que soñó décadas atrás.
Hoy se alargan los períodos de prórroga para alcanzar metas y es así como la crisis personal se diluye, extendiéndose desde las frustraciones y sueños del final de la adolescencia hasta los logros y derrotas que nos acompañarán hasta el final. Aunque el hito, o la maldición, de los cuarenta se mantiene. Y parece inevitable detenerse, evaluar y hacer balance.
Porque los cuarenta, por sociología o por biología, nos acompañan como referente durante toda la vida. Y tal vez sea solo porque inconscientemente se convierten en ecuador, en el límite que separa la primera mitad de la segunda, en el momento en que tomamos conciencia de que no somos eternos y de que deberíamos dejar de vivir como si lo fuésemos.

sábado, 21 de abril de 2012

Un poco más lento


Es la historia de un chaval un poco más lento que los demás. Ha conseguido superar etapas educativas que se les han atascado a otros en teoría más avispados. A base de esfuerzo y ausencia de maldad.
Al otro lado del ring de la vida se han colocado los adolescentes tardíos que prefieren experimentar hasta bordear la adicción y esquivar a los diferentes por temor a que se les pueda contagiar algo tan peligroso como la fuerza de voluntad.
Y cada día ha de noquearles careciendo de picardía y malas intenciones. Dura batalla para alguien que vive en una familia que dispone de los justo y en la que se lucha contra la enfermedad con el mismo tesón con el que él se busca la vida para ir a clase.
Un lugar donde pasa sus días solo porque los otros, aunque lo disfracen de burla y desprecio, le tienen miedo.
Miedo porque él no piensa ni actúa como ellos, miedo porque necesita un esfuerzo adicional para salir adelante y lo hace, miedo porque no ha decidido perderse por caminos fáciles y ha elegido la senda con dificultades que le lleva a ser lo que quiere ser.
Basta ya de culpar a la sufrida coyuntura socioeconómica. Nuestros males no empiezan en la prima de riesgo y las expropiaciones. Nuestros males empiezan en nuestra educación. Y no en la de las aulas recortadas sino en la del entorno familiar y afectivo.
Una sociedad que enseña a sus hijos a despreciar al débil, a apostar siempre al caballo ganador y a marginar al diferente nunca llegará a conocer la fortaleza de los que se esfuerzan, la riqueza de los que nunca serán líderes ni lo especial que puede resultar quien no es igual.
Seguiremos siendo unos ignorantes. Independientemente de la coyuntura. Solo espero que ese chaval consiga alcanzar su sueño. Y que todos lo veamos.

miércoles, 18 de abril de 2012

Imperdonable


¿Cómo reaccionamos cuando alguien nos dice “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”? ¿Y si lo dice con voz temblorosa, aspecto repentinamente avejentado y mirada acuosa?  
Normalmente, si es una persona cercana y a la que apreciamos, cedemos ante las disculpas y, con mayor o menor resquemor, dependiendo de lo rencorosos que seamos, el tema se olvida. O al menos pasa a la caja de los reproches como artillería para postreras batallas.
Pero, ¿qué pasa cuando quien se equivoca es el rey de un país en el que nada va bien? Pues de todo. Porque, al margen de los sentimientos encontrados que he experimentado ante la comparecencia real, con lo que he disfrutado realmente ha sido con la lectura de los comentarios de los lectores de periódicos de todos los colores.
Impagable. Imperdonable.
Porque la conclusión ante tanta disparidad y algún que otro disparate es que no vamos a saber perdonar sin más. No va a haber una absolución incondicional sino un generalizado “esta me la guardo para la próxima”. Es el aire que se respira en los miles de comentarios vertidos en apenas unas horas.
Ser rey tiene un precio. Alto. Los más acérrimos republicanos dirán que también tiene elevadas (“e inmerecidas”) contraprestaciones. Los monárquicos recalcitrantes  responderán que las cuentas de una república no son más bajas y las garantías de idoneidad del elegido son igualmente cuestionables.
Pero ninguno otorga un perdón sincero que responda al patetismo de la imagen de la puerta de la habitación con la misma intensidad dramática y sentimental (para hablar de sinceridad no me llega la confianza con el monarca).
Este desliz real parece que va a tener repercusiones de resbalón sin vuelta atrás. Tal y como están las cosas lo último que necesitamos es una crisis institucional, pero a perro flaco todo son pulgas y parece que no estamos dispuestos a dejar elefante, perdón, títere con cabeza. Definitivamente, imperdonable.

martes, 17 de abril de 2012

La escopeta nacional


Hay semanas que, sin intención, se convierten en semanas temáticas. Y esta semana hemos vivido la semana de la escopeta nacional. Casi tan esperpéntica como la película de Berlanga. Nada hacía pensar en la tradicional misa palmesana del domingo de Resurrección los oscuros presagios que se abatían sobre la Familia Real en la subsiguiente semana de Pascua.
El disparo en el pie  del díscolo Froilán, perdón, Felipe, fue todo un aviso. Teniendo en cuenta el pasado de nuestro monarca más le valdría haberse alejado él, y toda la familia, de las armas por siempre jamás. Como la Bella Durmiente de las ruecas, vaya.
Porque las armas las carga el diablo y el preadolescente infante ha metido en un buen lío a su marginado padre. Y a los demás, por extensión. Pero su intención era buena: avisar al abuelo para hacer que volviera corriendo del país africano al que voló (o se escapó) recién acabada la misa.
No hizo caso el abuelo y ni apareció por el hospital a ver al incipiente cazador. Y siguió a lo suyo, en paradero desconocido (o poco conocido) y sin dar señales de compasión por su nieto. Mientras, los titulares en España se sucedían: “Froilán y la prima de riesgo se disparan” (genial, pero no es mío).
Y pasó lo que tenía que pasar: no fue mientras mataba elefantes (que’ anda que amos’) sino en un resbalón en la residencia africana (versión oficial). De repente, todos nos despertamos con el Rey operado de la cadera después de volar desde un lugar al que nunca debió ir.
No le ayuda nada el calendario: la información se publica en el día de conmemoración de la II República. Más argumentos en contra de la temblorosa institución. Y, en el aire, la pregunta que no entiende de monárquicos o republicanos: ¿resulta responsable salir a escondidas del país en un momento como este para gastarse una fortuna en matar animales amenazados? Yo a la que entiendo es a la Reina: tampoco hubiera aparecido. Al menos hasta que se me pasara el cabreo.

jueves, 12 de abril de 2012

“Vente a Alemania, Pepe”


Voy a empezar a buscar en los armarios de ropa vieja de mi madre. Seguro que encuentro un bañador guateado, de pantalón bajo, cazuelas y decente escote. En uno o dos veranos será el momento de volverlo a lucir en nuestras playas para distinguirnos como autóctonas entre las suecas, alemanas, inglesas y europeas en general que volverán a nuestro país buscando las prometidas delicias del “Spain is diferent”.
A eso vamos. No nos engañemos. Porque llegados a este punto de primas con riesgo y bolsas que caen en picado después de la explosión de la burbuja, ¿qué nos queda? Pues tal vez volver a la España del desarrollismo. ¿Triste? Tal vez solo realista.
Después de años escapando del cliché del país de pandereta en el que solo podíamos ofertar sol y playa ahora puede que la única escapatoria sea volver a convertirnos en un país de vacaciones para los que no necesitan ser rescatados.
Porque los españolitos de a pie no entendemos muy bien en qué consiste lo del rescate, pero no podemos dejar de ver señales alarmantes en las de diario. ¿Qué pensaron al ver que una empresa alemana buscaba a 400 ingenieros españoles? Como si ser español fuera una especialidad… De acuerdo, tenemos miles de profesionales con excelente cualificación en situación más que precaria por culpa de la maldita crisis, pero ¿no mosquea que en vez de buscar ingenieros industriales o electrónicos o de caminos busquen “españoles”?
Con respecto a los 60 hemos mejorado. Entonces exportábamos mano de obra de poca cualificación. Ahora estamos más preparados, quizás incluso más desesperados. Resurge el “Vente a Alemania, Pepe” como eslogan promovido por los rescatadores. Quién sabe si detrás no hay una nueva forma de imperialismo.
Y para los que el alemán nos viene grande nos queda el ¿consuelo? de poner el toque de color ibérico en nuestras playas y montañas. Busquen el bañador guateado y, si hace falta, la boina, que de esta salimos, aunque sea disfrazados de nuestros abuelos.

jueves, 5 de abril de 2012

Las cuatro botellas


Los chistes, anécdotas y chascarrillos se traspasaban de amigos a amigos en largas noches de conversación hilarante que precisaban de pocos aditamentos. La tele ayudaba y desde hace décadas se ha convertido en el principal proveedor de frases hechas y construcciones absurdas.
Desde el entrañable“¿Está el enemigo?” hasta el “Si hay que ir, se va”, pasando por los “Niños en el horno” o el “Muy buenas, ¿tiene peras?”. Todas se han convertido en expresiones con código imposible de descifrar para el que viene de fuera o el que decide aislarse de los medios masivos.
La imparable evolución del mundo online también crea sus propios códigos y hoy es más fácil recibir cada día cinco correos con chistes, reflexiones vitales y presentaciones animadas que pasar una velada de chistes ininterrumpidos con los amigos.
Entre la basura que cada día llena los buzones virtuales siempre hay algo que se puede rescatar. Muchas veces de puro simple. El otro día me llegaba uno con cuatro fotografías, nada vistosas, por cierto, colocadas en fila: un biberón, una botella de refresco, una cerveza y un gotero. Con una única leyenda: “Cuidado, ya vamos por la tercera”.
Desde luego, simple y reduccionista. Toda nuestra vida resumida en  cuatro botellas. De aquel mítico enigma de la esfinge sobre el ser que al nacer caminaba a cuatro patas, en el cénit de su vida, a dos y en su ocaso, a tres hemos pasado a colocar la botella de cerveza como símbolo de acceso a la segunda mitad.
De la mitología griega al botellín marrón pasando por la bandeja de entrada del hotmail. Con la agravante de que la leyenda nos permitía estirar la etapa de las dos patas y no hacía distingos entre la etapa del refresco y la cerveza. Mucho más cruel es el presente. Por lo que pueda pasar y antes de llegar al cuarto botellín, les animo a echarse unas cañas. Hoy mismo, con los amigos. Quién sabe si la cosa no acabará en una sesión de chistes.