lunes, 28 de mayo de 2012

Jugar a perder

Hay profesiones en las que la competición se convierte en su razón de ser. Nadie se imagina a Rafa Nadal bajando los brazos y tirando la toalla antes de empezar un partido por mucho Djokovic en estado de gracia que le toque al otro lado de la red.
O a Fernando Alonso sin intentar exprimir al máximo un coche por mucho que no acabe de tirar. El mundo del deporte es pura competición y el deportista sale siempre a ganar. A sus rivales o a sí mismo, pero a ganar.
Triste es la realidad de competiciones, deportivas o no, en las que uno sale con todo lo que tiene y sabe que no tiene nada que hacer. Jugar a perder es lo que hacemos en concursos políticamente incorrectos como Eurovisión.
Porque es en escenarios de este estilo donde se aprecia cómo se olvidan guerras fratricidas y odios añejos y se recuperan los vínculos entre naciones que un día permanecieron unidas. Unidas justo antes de arrancarse los ojos en batallas cuerpo a cuerpo y exterminarse en genocidios injustificables.
Pero nada, llega Eurovisión y todas las repúblicas del Este rinden pleitesía a la Gran Madre Rusia. La Yugoslavia escindida con tanto dolor se reagrupa por una noche y los doce puntos  vuelan de nueva república a nueva república.
Mientras, a nosotros, solo nos queda Portugal. El amable y lánguido vecino de al lado es el único que sigue esa lógica de vecindad que poco tiene que ver con la lírica y se permite dar la máxima puntuación a Pastora Soler.
Gana uno de los países tradicionalmente neutrales, Suecia (con perdón de los finlandeses, que también siguieron esa lógica irracional). Pero entre los suecos y la cantante española, todos y cada uno de los más votados sigue el esquema de ese entramado de relaciones extrañamente politizadas, por encima de las guerras.
Bien Pastora, bien. Sabías que jugabas a perder pero es que, con nuestro actual papel en el mundo, poco más alto podemos subir. Se nos fueron los amigos. No se quedaron contigo.

lunes, 21 de mayo de 2012

Cuando pesa la tristeza


Un inocente “¿Cómo estás?” se convierte en el detonante de un llanto inesperado. De repente, le miras con otros ojos e, inmediatamente, te reprochas, “¿Cómo no me he dado cuenta antes?”. Porque, de repente, todo encaja.
Esa desaparición del café habitual, el desinterés repentino por tus cansinos problemas, la falta de entusiasmo por los planes del verano… Sí, todo encaja. Le ha atrapado la tristeza y no has estado atento, preocupado por tus nimiedades, no has detectado esa sombra en la mirada, no has interpretado ese arranque de mal humor, no has sabido ver que la desidia se instalaba en su vida mientras tú, a su lado, mirabas hacia otra parte.
A ella le pesa la tristeza. Y cuando, al fin, te lo dice, crees que ha sido un mal día, que no hay que darle más importancia porque pasará y porque, como siempre, tú también presientes que hoy va a ser un mal día.
A ti te van a pasar cosas malas hoy, sí. También buenas y regulares. A ella no. Ella siente que no pasa nada. Solo siente la tristeza. Pero nadie espera que ella llore. Ella no. Es muy fuerte y siempre puede con todo.
Pero ella quiere llorar. Porque le pesa la tristeza. Porque quiere decírtelo y que lo entiendas. Porque quiere que sepas que, ahora sí, te necesita. Porque es vulnerable y quiere llorar.
Y llora. Empieza y no puede parar. No quiere parar. Se ha descubierto, no tiene que seguir ocultándose y ya no le importa nada más que poder llorar. Y sacar fuera esa pena inexplicable que llega a dolerle hasta que vuelva a encontrar el sentido de las cosas, el porqué de su vida y la ilusión.
Con las prisas se había olvidado de pensar en el sentido, el porqué y la ilusión. Pero el día que miró de frente a la tristeza lo vio todo. Y no le gustó. Pero pensó en ti y en que, cuando pesa la tristeza, te necesita para recobrar el sentido, el porqué y la ilusión. Y decirle adiós a esta losa que, sin duda, se irá, si tú estás ahí.

jueves, 17 de mayo de 2012

"Buenas noches..."


“… y buena suerte”. ¿O esto último no lo ha dicho Matías Prats al acabar el informativo? Pues no, no lo ha dicho. Lo he imaginado, pero por un juego fácil del subconsciente. ¿Cómo se debe sentir uno después de desgranar, minuto tras minuto, solo malas noticias, casi apocalípticas,  y, además, mirando a los ojos a los espectadores?
Pues mal. Francamente mal. A poco que uno empatice con quien le está mirando, aunque no lo vea, es imposible no compadecerse del prójimo en medio del mal común del que, lo quiera el presentador o no, también es sujeto paciente. Claro, por eso en la despedida he creído oír un inexistente “…y buena suerte”.
Solo ver el sumario de un informativo en estos tiempos es un ejercicio de masoquismo que nada más deberían practicar los adictos a la información. Para quienes puedan evitar estar al corriente de la actualidad para seguir respirando es, tal vez, el momento para optar por la ignorancia y el mirar al otro lado.
¿O no?
Pues ya no lo sé. Porque la estrategia de coger el toro por los cuernos deja de funcionar cuando los toros entran al trapo uno tras otro. No hay manos suficientes para agarrar tanta cornamenta. Y los problemas son tan grandes que acaban siendo inabarcables para la ínfima dimensión humana.
Vivimos en un “ay” día tras día. “¿Nos intervendrán hoy? “, “¿Habrá corralito en España?”. “¿Sobrevivirá el euro?”… Son incógnitas de tal dimensión que al final uno se siente tan insignificante y tan a merced de los elementos que quizás no sea tan descabellado optar por el no saber. Al menos por esta vez.
Si optamos por querer saber, no nos extrañe que cualquier día de estos sí oigamos que el periodista de turno se despida con “…y buena suerte”. O, en versión para creyentes: “Que nos pille confesados”.

lunes, 14 de mayo de 2012

Cabreados y desesperados


Parece mentira, pero ya ha pasado un año. Ha cambiado todo tanto y tan poco a la vez que cuesta concluir si el tiempo ha pasado volando o si se ha desgranado con penosa lentitud. Definitivamente, se ha perdido la noción de tiempo.
En ese tiempo perdido se inició lo que se conoció como un alzamiento pacífico popular de protesta en contra de casi todo. El ente denominado sociedad estaba indignado porque no compartía las decisiones ni los proyectos de gobernantes y aspirantes.
Algo que pareció surgir de la nada (lo siento, soy un poco desconfiada a la hora de pensar en la espontaneidad de las masas) puso en jaque a un país y despertó muchas más simpatías de lo que podría haberse previsto.
¿Por qué parece que no ha pasado el tiempo? Porque la indignación no ha desaparecido. ¿Por qué parece que han pasado siglos? Porque en el camino todo ha cambiado. Han cambiado gobiernos de todos los colores y, aunque parezca mentira, por unas cosas y por otras, todo ha empeorado.
La indignación ha evolucionado hacia dos estadios: indignados cabreados e indignados desesperados. Y en alguno de los dos grupos cabemos casi todos, simultánea o alternativamente.
Porque la desesperación lleva al cabreo (antes del extremo de dejarse morir por la ausencia de ilusión) y el cabreo a la desesperación (pasando a veces por situaciones violentas claramente evitables). Y en medio de las protestas de todos los colores que hemos vivido en este año (que habremos de concluir que sí ha pasado con sus doce meses y un día) quedan los vestigios de un espíritu rebelde que la historia nos ha enseñado que es difícil de controlar cuando es la masa informe la que se mueve bajo su influjo.
Las revoluciones cambiaron el mundo cuando la democracia no era más que entelequia. Ahora, cuando en teoría nuestros estados son formalmente democráticos no queda más que acatar y así las protestas se convierten en algo tristemente anecdótico, en el mejor de los casos, o en barricadas sin destino, cuando la cosa se pone mal. Depende de si las encabezan los desesperados o los cabreados. Al menos, estamos vivos. Y se nota.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Banalidades


Joven tumbada en la playa aprovechando los primeros calores: “Hace un tiempo que en vez de mayo parece casi junio”. Pues vaya perogrullada, ¿no? ¿Acaso hay algo más próximo a junio que mayo?
Pero casi es mejor quedarse en estas frivolidades que no llevan a ninguna parte que empezar a pensar en la nacionalización de Bankia, dónde están Ruth y José o qué implicaciones va a tener en la política europea el cambio de rumbo francés.
Cuando el entorno se vuelve tan hostil, ¿acaso no vale la pena debatir sobre las exigencias de la ninfómana de Munich con sus víctimas o sobre quién debe sustituir a Puyol de cara a la Eurocopa? Por no olvidar aspectos tan cruciales como el color de la tierra del Open de Madrid o el nuevo espacio televisivo exclusivo para Belén Esteban.
Pero algo sigue flotando. Esto sí es una amenaza fantasma. ¿Intervendrán alguna comunidad autónoma? ¿Cambiarán los criterios de asignación de las ayudas agrarias? ¿Qué pasará con el modelo sanitario español? Demasiadas preocupaciones.
Más cuando seguimos sin resolver la lista de los veintidós seleccionados de Del Bosque, cómo acabará sus asuntos con la justicia la Pantoja o cómo se desenvolverá este año Íñigo con Eurovisión.
Porque, al final, parece que son estas banalidades las que nos permiten pasar los días, buscar conversaciones alternativas a los cinco millones largos de parados y a la negritud que se avecina.
Tanta trascendencia requiere de válvulas de escape. Si con ello encontramos, finalmente, una utilidad social a la figura de Belén Esteban y un porqué a otras frivolidades, bienvenida sea la banalidad. Aunque sea para poder seguir respirando.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Uno de tres. Dos de diez


Leer la prensa se está convirtiendo, definitivamente, en un ejercicio de masoquismo. Aunque nos resistamos a conocer exactamente qué implica que suba la prima de riesgo y que baje la bolsa, hay cifras y datos que no escapan al entendimiento no especializado.
Se han publicado dos datos que me han puesto los pelos de punta. Uno por espeluznante y otro por irritante.
La verdad es que el primero me ha parecido un error de interpretación estadística. No me lo podía creer: de cada tres parados de la Unión Europea, uno es español. ¿Cómo es posible? Somos más de 500 millones de europeos en esta confederación decadente. Españoles no somos ni el 10%. O sea, ni uno de cada diez.
Pero en desempleados la proporción es casi increíble: uno de cada tres. Repito y sigo sin creérmelo. ¿Comprenden lo de espeluznante? No hace tanto que un gobierno español negaba que se fueran a alcanzar los cuatro millones  de parados y ahora corremos cuales caballos desbocados camino de los seis.
Y duele tanto que aún cabrea más el otro dato. Analizados los salarios de los equipos deportivos de todo el mundo, dos equipos españoles (de fútbol, por supuesto) encabezan el top ten: Barcelona y Real Madrid abren la lista de los salarios indecentes a nivel planetario, como diría aquella exministra que hoy acumula cargos y sueldos. ¿Comprenden lo de irritante?
Desde luego, cada día se complica más lo del pan, pero este país no descuida lo del circo y, mientras acumulamos parados, seguimos acumulando estrellas archimillonarias. Las dos Españas. Maldita sea.