No quiero ni imaginarme qué ha sentido esa pobre chica al
tener la certeza de que el líquido caliente ha emprendido su camino imparable
al exterior en medio del aula. O del pasillo, me da igual.
¿Qué tipo de vergüenza o pudor le habrá impedido pedir ayuda?
¿O no ha sido pudor y ha sido otra certeza? Porque mira que es duro mirar a tu
alrededor y tener la seguridad de que ninguno de los que te rodean va a echarte
un cable.
Sí, quiero pensar que ha sido el pudor.
Una chica con gran discapacidad, estudiante de una facultad
madrileña, se ha tenido que ir a casa, mojada y hundida, después de no poder
aguantar más y no tener a nadie que le ayudase a ir al lavabo.
Cuenta la noticia que a causa de los recortes se ha
eliminado la persona que ayudaba en la universidad a los estudiantes con gran
discapacidad. Pero no es eso lo que cuenta la historia.
Se puede entender que algo así pueda llegar a ocurrir en
soledad. Pero, ¿y sus compañeros? ¿Y los profesores? ¿Y cualquier ser con un
mínimo de humanidad que pasara por allí?
Sí, quiero pensar que ha sido el pudor.
Y que por eso no ha pedido ayuda. Y que ese orgullo (¿o
dignidad?) le ha llevado a tan embarazosa situación.
Pero cuenta la noticia que ha sido por los recortes. Y yo
sigo viendo que cuenta la historia que hemos creado una sociedad donde nadie
ayuda a nadie si no hay un papel en el que se explicita que eso está entre sus
funciones. Y eso pasa por encima de los malditos recortes.
No es un problema de incontinencia urinaria de alguien que
tiene tal fuerza de voluntad que se sobrepone a su discapacidad, esforzándose
por aprender y por tener una vida plena. Es una absoluta incontinencia social
que pasa por encima de cualquier atisbo de humanidad, esforzándose por avanzar
con el mínimo trabajo y ninguna incomodidad.
Definitivamente, quiero pensar que ha sido el pudor.