jueves, 29 de octubre de 2015

Elasticidad

El tiempo juega con nosotros. 

Cuando pensamos en las diferentes sensaciones de duración de una hora nos damos cuenta de que a veces sentimos cómo se prolonga hasta la eternidad de puro tedio; otras, pasa sin siquiera dejar poso y en otras, simplemente, te cambia la vida.

Mucho más elástico se muestra aún a largo plazo. Parece mentira que los días de verano sean siempre los mismos. Deben ser algo más de 90. Pero cuando eres niño es lo más parecido al tiempo infinito mientras que cuando eres adulto siempre te acaba asombrando que se termine cuando tú aún no habías empezado a habituarte. Tal vez sea porque sin trabajar solo sean treinta días, con suerte.

Pero cuando el tiempo juega más a dilatarse o minimizarse es en los momentos claves de la vida. Los momentos grandes, intensos, felices tienden a prender como una mecha encendida impregnada en pólvora. Chispeantes, intensos, cálidos… para acabar pasando a nuestro recuerdo tras la eclosión final. Ahí sí, ahí perviven y conseguimos eternizarlos.

Pero la captura del momento en el momento se hace difícil y cuántas son las veces que pasa tan efímero que solo nos damos cuenta de lo que ha pasado cuando ya no somos protagonistas sino nostálgicos rumiadores de recuerdos.

A veces la vida es generosa y son tan largos esos periodos que puede hacer desaparecer la elasticidad del tiempo, pasando a ser plasticidad que permite vivir la felicidad en toda su amplitud y en diferentes forms.

Una amplitud de la que tampoco carecen los malos momentos. Cuando la vida se complica, cuando todo parecen atolladeros, cuando todas las salidas presentan obstáculos y nada se pone de frente es muy difícil convertir los minutos en segundos. Justo cuando empieza lo malo, como decía el escritor, el tiempo vuelve con su cruel elasticidad y nos hace vivir con angustiosa parsimonia esos momentos que quisiéramos no tener que soportar.

Pero los soportamos. Y los superamos. Y pasamos página. Y, cuando ya no te das cuenta, la vida te ha vuelto a meter en la sensación temporal efímera, donde todo pasa deprisa porque pasan cosas, porque te sientes vivo y porque, quizás, aprendiste mucho de los largos malos tiempos. Y sí, tienes ganas de pelear para alargar los días porque crees que, ahora sí, sabrás disfrutarlos y conseguirás que la elasticidad del tiempo juegue a tu favor.


Algunos los llaman percepción. Otros, madurez.

martes, 30 de junio de 2015

Huellas

Cada noche el viento y la marea borran las huellas de la arena. Cada día, vienen, van y se van.

No pasa lo mismo con nuestra vida. Cada hecho, cada vivencia, cada día, dejan huellas que empiezan a ser perceptibles cuando dejamos de crecer y empezamos la siguiente etapa: madurar. O, simplemente, envejecer.

Así nos encontramos arañas inyectadas en sangre que recorren nuestras piernas, dejando patente y a la vista las esperas (dulces, amargas, sin respuesta) que han surgido en nuestro recorrido y que quizás hagan un poco menos llevaderas las pendientes.

O esa grasa acumulada en lugares estratégicos que nos recuerda tardes de abulia dominical, horas de trabajo sedentario, el efecto secundario de una soledad mal llevada o grandes momentos en torno a una mesa. Estas son huellas que nos empeñamos en intentar eliminar de tanto en tanto, pero, mal que nos pese, siempre queda el poso delator de esas nostalgias, vivencias y ansiedades.

Hay quienes, incluso, graban en tinta indeleble personas, situaciones, iconos… que quieren mostrar como prueba inefable de vivencias, afectos o sufrimientos. Aunque para algunos llega el momento de querer decir adiós, lo cierto es que son huellas inducidas de las que siempre queda, al menos, una leve cicatriz.

Pero mis favoritas, sin duda, son las del rostro. Si con los años se convierte en el verdadero espejo del alma es por sus huellas. Los surcos horizontales delatan cuánto hemos reído y hasta dónde hemos sido capaces de vivir con intensidad nuestras intervenciones en los diálogos de la vida.

O esas arrugas verticales, más tardías, que se inician en la comisura del ojo y descienden por el pómulo, siguiendo el camino marcado por las lágrimas derramadas y parecen hacer más llevaderas las que quedan por venir. Tal vez sean las que endurezcan nuestro rostro, pero también las que atestiguan que no hemos pasado por la vida de puntillas, que hemos vivido.

Y, por último, los ojos. Desde la mirada alegre, curiosa y confiada de un niño nuestros ojos se empiezan a llenar de matices nacidos de la experiencia y de la interpretación que vamos haciendo de lo que nos sucede: experiencia, astucia, tristeza, desconfianza, amor, vacío…


Sí, lo invisible se hace visible en las huellas de nuestro cuerpo. Y para eso solo hacen falta dos cosas: tiempo y vida.

miércoles, 24 de junio de 2015

Un segundo más

El último minuto del 30 de junio tendrá un segundo más. Con esa noticia me he tomado hoy el café y esta es la hora en la que no sé si esto es meramente banal o si realmente tiene alcance en la escala temporal humana.

Porque un segundo no es nada. El tiempo justo para teclear tres o cuatro letras en un momento de inspiración máxima. Tomar una bocanada de aire. Pestañear. No acabar de percibir conscientemente una imagen subliminal. En fin, poco más que nada.

Pero luego lo piensas de otra manera y un segundo puede ser mucho más. Las decisiones más importantes de la vida se toman en apenas ese tiempo y a veces sin pasar el filtro de la razón. La diferencia entre devolver un beso o apartarse en el último momento puede cambiar el curso de una relación. Decir sí y asentir o no y negar no requiere ni siquiera ese segundo, por muy trascendental que sea la pregunta planteada. Tener o no tener un accidente es algo fortuito que sucede o no en apenas ese segundo, aunque su alcance probablemente cambie nuestra vida.

Acordarte o no de dejar programada la lavadora puede ser la diferencia que marque si mañana te sentirás seguro o un poco incómodo en esa entrevista de trabajo. Dar un portazo y que queden las llaves dentro y tú fuera.

Coger aire y atreverte a decir justo eso que te está quemando por dentro y que hace meses que te bloquea. Coger aire y no decir justo eso que te hubiera hecho comprobar que eres esclavo de tus palabras.

Y, así, un millón de cosas. Nimias o trascendentales.

Visto así, en realidad nuestra vida se juega en unos cuantos segundos decisivos en los que el valor, la cobardía, el impulso, la prudencia, la osadía o el miedo nos hacen tomar un camino u otro sin que en ese momento tengamos conciencia real de lo trascendental que ese segundo va a ser para el resultante final llamado vida.

Sí, visto así, no hay que desaprovechar la oportunidad y habrá que prepararse bien ese segundo extra para, con consciencia, devolver el beso, hacer la confesión o elegir, por fin, el silencio.

domingo, 7 de junio de 2015

Posicionamiento SEO


¿Solo me pasa a mí o es un mal compartido? La bandeja de entrada de mi dirección electrónica solo recibe facturas (fiel heredera del correo postal) y propuestas de tentadoras ofertas que abarcan todos los ámbitos de la vida. Y, cuando digo todos, me quedo corta.

En el apartado de formación me debato entre tres ámbitos: posicionamiento SEO por 9 euros, sexo tántrico por la misma cantidad o inglés en Londres (capital) por 299. Las dos primeras digo yo que serán online (por temática y precio) y la tercera me llama, pero tengo que adelantar en mis clases en la península, of course. Siguiente apartado.

Ropa. Desde marcas al 80% hasta sujetadores invisibles pasando por vestidos de verano hasta los pies (maxidress, por si no me han entendido). Me debato entre tantas dudas que no me atrevo siquiera a abrir la oferta de dos pares de zapatos de superdiseño por menos de 40 euros.

¿Y qué me dicen de las vacaciones? Yo no tengo nada previsto y junio avanza a temperaturas agigantadas. ¿Buscamos algo por el norte? ¿O damos el salto europeo? Desde noches a 29 euros en un marco incomparable hasta escapadas con parque temático de princesas incluido a 299. Ay, no sé. Que yo no soy de parque temático y un hotel a 29 euros en agosto me da mala espina. Otro apartado sin comprar.

¿Belleza y bienestar? Va una limpieza de cutis. ¡Ja! Como si fuera tan fácil… Ozonoterapia, exfoliación con oro, abrasión con punta de diamante… Y todo por menos de 20 euros. Me lío tanto que al final pienso que el verano hará lo suyo con mi piel y en otoño ya se verá.

Pues nada, sección de SPA y masajes. ¿Qué pasa? ¿Que uno ya no puede ir a la piscina de chorros a pasar el rato sin más? Pues no. Ahora te quieren dar infusiones, zumos o cava. Y hacerte un masaje, completo o de una zona, al gusto. Me pierdo, me pierdo.

Y es así, entre posicionamiento SEO y pediluvio con masaje cervical como se me ha pasado el tiempo y se me ha pasado el plazo para reservar las vacaciones de superchollo. Bueno, no hay problema porque tampoco tenía el maxidress en la talla que necesito.


Y nada, así hemos perdido media mañana, sin dar un euro a ganar y sin haber hecho nada productivo. Qué lástima.

miércoles, 3 de junio de 2015

Nada

Sí, es el título del libro de Carmen Laforet que ya de pequeña despertaba mi atención. “¿Cómo se puede escribir algo y llamarlo 'nada'?”. Han pasado los años y sigo teniendo ese título entre los no leídos con los que debería ponerme ya.

Pero no estamos aquí, mal que me pese, para hablar de literatura. La nada de este breve titular de cuatro letras se refiere al páramo en el que vivimos y que preveo viviremos. Estamos en medio de una nada que algunos viven con ilusión y otros observamos con escepticismo.

Este proceso de transición entre los que han estado robando sistemática y metódicamente en los últimos años y los nuevos políticos rupturistas reyes de la arenga me está quedando largo. Y aún nos queda más de una semana. Qué pereza.

Sí, siento que vivo en medio de la nada y que mi voto, realmente, parece que no sirvió para nada. Ni el suyo, no se engañe.

Porque ya no cuentan los votos. Cuenta lo que Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera negocian y mercadean en los despachos, con la vista puesta no en si acaban el polideportivo del pueblo o si encuentran soluciones para los parados del lugar. No: la vista la tienen puesta en hacerse con el premio gordo el próximo otoño.

Los pactos no se presentan como una forma de gobernar en consenso que ponga en marcha las propuestas que usted, inocentemente, votó el 24 de mayo. No: los pactos son una mezcla de partida de póquer y ajedrez en la que unos van de farol mientras otros sacrifican a la reina para despistar y hacerse al final con el triunfo definitivo: una legislatura al calor de Moncloa.

Ni ideologías ni buenas intenciones. En este páramo ya no creo en nada. Todo son argucias, intrigas y apuestas en las que lo que usted y yo votamos importa entre nada y nada de nada.

A estas alturas, me cuesta ver políticos de ningún color y solo veo demagogos que quieren arrimar el ascua a su sardina. Algunos, con intereses altruistas (¿?), pensando en lo mejor para nuestra sociedad. Otros, con intereses egoístas (¿?), pensando en lo mejor para los de su cuerda.


La verdad, ya no sabría en qué prejuicio meter a cada grupo. Todos me han decepcionado y ya solo espero nada.

martes, 26 de mayo de 2015

El traje del emperador


En estos días de ángeles caídos se oyen a nuestro alrededor (cuando no somos nosotros mismos quienes lo decimos) toda clase de improperios y malas palabras calificando a los que han perdido su poder. Ayer eran emperadores de pírricos imperios y hoy no son más que perdedores.

Es cierto que siempre tuvieron críticos, pero las hordas de aduladores que los auparon y mantuvieron en lo alto se diluyen al tiempo que su poder desaparece por el desagüe del olvido.

Mientras dura ese viaje en espiral quedan al descubierto otros personajes: los “arrepentidos”. 

¿Quiénes son? Los antiguos falsos aduladores (¿hay alguno que no sea falso?). Los profesionales del asentimiento, de dar siempre la razón, de no cuestionar ni lo indefendible y aplaudir incluso lo más ridículo. Sí, igual que los aduladores convencidos, pero con un carácter totalmente mercenario y con afecciones que sistemáticamente se arriman al sol que más calienta.

Dentro de este tipo de arrepentidos los hay más y menos hábiles. Los hábiles se van despegando sigilosamente del nuevo apestado social (su antes loado jefe) y con discreción van acercando posiciones en torno al monarca emergente mientras forma su corte de validos (sin tilde: lo normal es que no muchos sean válidos).

Los más imprudentes, ansiosos y deslenguados empiezan a clamar ante todo el que quiera escucharles (y ante los sufridos que no tenemos ningún interés) que el emperador caído en realidad iba desnudo, que sus trajes italianos a medida no eran más que una mentira que todos sustentaban por mantener sus favores o por el miedo de todo subordinado hacia el amo y señor de los designios de su nómina.

Pero que él (el arrepentido) nunca comulgó realmente con el defenestrado, que realmente siempre supo que bajo aquella supuesta magna inteligencia tan públicamente alabada no había realmente nada extraordinario. Que sabía que iba desnudo.

Y todo por no hablar de las prácticas de dudosa honestidad a los que todos hacían oídos sordos pero que ahora seguro que destapará el nuevo emperador que, este sí, es el bueno, magnánimo y con buenos trajes (que se paga él mismo, faltaría).

Así es el ser humano: mantiene su hipocresía, sobre todo por miedo y cuando hay nómina por medio, hasta que el amo de su destino pecuniario cambia. Y, entonces, decide: olvida y pasa página o pierde los papeles descubriendo la desnudez del emperador destronado. 

Demasiado tarde.

martes, 19 de mayo de 2015

Operación comunión


Mi hijo acaba de merendar media barra de pan, un vaso de leche con toda su grasa y un sobao que rezumaba mantequilla. Por supuesto, yo lo he mirado desde la distancia, recordando el triste pedazo de piña sin aliño alguno con el que me he dado un amago de festín vespertino.

A él no le irán las calorías al michelín, a la lorza o a la curva de la felicidad. Pero es pasar de los treinta y convertirnos en transformadores de aire en carnes. A este efecto se le suma el encogido de la ropa de verano en el armario y es así como, año tras año, nos enfrentamos (cada vez con menos éxito) a la operación bikini.

¡Cuánto sufrimiento para tan poco rendimiento!

Y, por si fuera poco, nos encontramos con que año sí, año también, la operación bikini se adelanta porque tenemos una comunión primaveral. O varias. Y, claro, empezar a probarse trajecitos en tonos pastel que dejan todo lo acumulado durante el invierno a la vista y entrar en frustración en barrena es todo uno. Por no hablar del blancor…

En fin, que es así como el mes de abril, año sí, año también, se nos pasa en un ay de sufrimientos y penitencias dietéticas, e incluso deportivas, para llegar con dignidad a las citas familiares marcadas en nuestro calendario.

Y no, no es solo cosa nuestra. Ellos también se ponen. Aunque suele ser solo en el caso de eucaristía del propio descendiente. Con diferencias. Nosotras pecamos de optimismo y nos compramos el traje en el que hemos de caber el día señalado sí o sí (“Uy, cómo aprieta y qué mal cierra la cremallera en este probador”) mientras que ellos adaptan uno del armario o se compran el que les queda bien antes de someterse al estricto “lechuga y pechuga”.

Y, cuando llega el gran día, ¿qué ocurre? Pues ahí estamos nosotras. Estupendas, sonrientes, erguidas, inmovilizadas en la postura en la que hemos logrado echar todos los cierres. Sin respirar. ¿Y ellos? Bailando holgadamente dentro de su traje.


¿Resultado? En las conversaciones de cóctel y banquete es el padre el que más veces escucha aquello soñado en esas noches de ensalada sin aceite: “Estás más delgado”. Mientras, nosotras, nos conformamos con cumplidos genéricos del tipo, “¡Qué guapa estás!” o “¡Qué vestido tan elegante!”. Tanto esfuerzo para tan poco reconocimiento.