martes, 17 de julio de 2012

Delirios de un chonichándal



No, no sé si va a haber una nueva edición de “Princesas de barrio”. Tampoco tengo constancia de que Belén Esteban sea la nueva imagen de la firma Bosco. Y desconozco si la Pantoja va a donar sus tacones para el equipo olímpico español. Porque este chándal es de tacones.

¡Y mira que me da rabia no tener esos datos! Porque, señores, la ocasión merece todo lujo de detalles. 

Si hace unas semanas vimos escandalizados los prototipos de uniforme para nuestros olímpicos, esta semana hemos visto cómo la realidad siempre supera a las previsiones más pesimistas (que se lo digan a Rajoy…).

Ni en los sueños más kischt del Almodóvar auténtico se podía imaginar una vestimenta pseudodeportiva más ¿hortera?, ¿folclórica?, ¿tribal?, ¿poligonera?, ¿friki?, ¿fea? De todo he leído y a todos los adjetivos me suscribo.

Desde que Ángel David Rodríguez (una alegría: al menos los españoles ya conocen a su mejor velocista) desatara sin intención la polémica en las redes sociales, no hay otro comentario jocoso en nuestras normalmente quejumbrosas tertulias de café.

Porque, de verdad, nos ha podido salir muy barato el equipaje, pero, ya lo decía la abuelita Juana, “lo barato sale caro, hijo”. ¡Cuánta razón!

Si de algo se habla bien, aún, de España es del deporte (franceses envidiosos y dopajes a un lado), ¿por qué les damos más argumentos para que nos machaquen? ¿O es una estrategia para darles pena a los países más poderosos?

Si es esto último, olé. Porque penica vamos a dar, señores. Vale que nuestros colores son difíciles de amoldar a un diseño vanguardista. Pero siempre hay diseñadores que han conseguido cortes elegantes a base de buen oficio y orgullo patrio. Estos no lo han conseguido. 

Han tirado por la calle del medio o por telas en stock y se han puesto a fabricar sin reparos la ropa que, eso sí, va a ser la sensación en Londres 2012. Si aún no han visto los ropajes, por favor, busquen en internet y disfruten: sin desperdicio. Antes de saltar a la pista nuestros deportistas van a dar que hablar. Ojalá después también.

domingo, 15 de julio de 2012

Maldito dilema


Muchos hemos visto en la prensa las dos fotos  de Zakia. Una de hace unas semanas y otra de la actualidad.
Hace unas semanas era apenas un livinano saco de huesos que amenazaba con dejar este mundo. En la imagen actual Zakia aparece sin mostrar sus huesos, casi saludable. Sin embargo, sigue triste. Acaba de cumplir dos años y es la tercera vez que resucita, reza la noticia. Debe ser duro resurgir a base de preparados de crema de cacahuete intuyendo que luego vas a caer de nuevo en la desnutrición. Y que otra vez volverás a mirar de frente a la muerte. Y que tal vez la próxima vez no lleguen a tiempo los sobrecitos mágicos.
Porque si ahora hay miles de niños como Zakia en África, ¿cuántos hay al límite de la pobreza en nuestro país? Es más, ¿y en nuestro barrio?
Sin llegar a esas escenas del continente negro que nos han partido el corazón desde hace décadas, cada día los problemas de las familias para salir adelante nos quedan más cerca.
Tal vez la próxima remesa de sobres llegue a África con retraso porque cada vez las ONGs tienen menos fondos. Pero si miramos justo al lado también vemos que organizaciones tan de toda la vida como Cáritas no dan abasto y tienen dificultades para atender a todas las familias que se acercan buscando ayuda.
Durante años ha sido casi más normal hacer nuestras aportaciones a asociaciones como las que ayudan a Zakia que acordarnos de las que están en la esquina. Quizá porque no había vidas en juego  por culpa del hambre.
Ahora aún no vemos a niñas como Zakia en la puerta de al lado. Pero sí sabemos que hay vecinos que comen más macarrones blancos que filetes y que hace meses que no tienen ingresos.
¿Qué hacemos? ¿Cerramos los ojos a la tragedia de Zakia para poder atender a los que están más cerca? ¿Seguimos acudiendo solo al riesgo vital africano y olvidamos al vecino que tiene problemas para alimentar y educar a sus hijos?
Realmente no hay dilema. Solo falta de medios. No hay que cerrar los ojos ni aquí ni allí. Y mientras podamos, hay que echar una mano aquí y allí.

martes, 10 de julio de 2012

Un fracaso de verano


Me encantan estas estrategias de distracción que usan los políticos para hacernos mirar a otro lado cuando la situación es, más que crítica, catastrófica. Mientras la prima bordea el 600 (recordemos: 500 era la frontera para el rescate, ¿dónde estamos ahora, entonces?) y los alemanes, holandeses y finlandeses ponen condiciones y restricciones vamos a hablar de algo de lo que todos pueden opinar y que a muchos puede cabrear.
Esta estrategia (abundantemente usada por el excelente equipo de propaganda del PSOE) parece que no le es ajena al gobierno del PP. Para evitar hablar de la debacle social, financiera e institucional que se avecina, vamos a tocar las vacaciones escolares. Por tocarle las narices a niños, padres y esos nuevos proscritos que son los profesores.
Porque, de repente, el profesor ya no es esa figura de autoridad y sabiduría a la que todos le debemos en gran parte ser lo que somos. No, ahora ya no tiene autoridad, se le cuestiona sus conocimientos y, sobre todo, se enfrenta a la sociedad por sus vacaciones.
El PP sigue la senda de algunas autonomías que ya se pronunciaron sobre la intención de que los profesores trabajaran en julio. Parece ser que no se tuvo en cuenta que los profesores tienen descontado de su retribución anual el importe correspondiente a ese mes extra de vacaciones. ¿Les piensan reajustar el sueldo a ese incremento horario?
Pero, al margen de los profesores, el problema sociológico viene por el lado de los alumnos. Si los que han fracasado durante el curso han de trabajar un mes extra para intentar recuperar posiciones, ¿cómo conseguirán que no vean la educación como castigo? Si la medida se extiende a todos los alumnos, se confirmará el uso de las escuelas como lugar de aparcamiento de los niños dentro de la difícil conciliación de la vida profesional y personal en España.
Y, lo que es peor, les robamos a los niños las vivencias y sensaciones del largo verano de la infancia que los demás hemos disfrutado. Todo para que no hablemos de la maldita prima. Un fracaso de verano.

lunes, 2 de julio de 2012

Olor a ceniza


Al llegar a casa esperas encontrar ese desagradable olor a cerrado. A casa vacía. A calor capturado. A casa distinta a la tuya. Pero sabes que pronto cambiará. Se abren un par de ventanas, empieza el movimiento y pronto vuelve a oler a casa vivida, a costumbre y a hogar.
Pero no hoy. Después de muchos días, el calor se ha instalado en los muebles, en las ventanas, en las paredes. Y huele distinto a ese familiar olor a cerrado de las ausencias estivales. A pesar de que se quedaron un par de ventanas medio abiertas, no ha refrescado sino que ha entrado el calor y un olor distinto, inesperado, atípico. Olor a ceniza.
Y no es esa ceniza que recuerda las reuniones en torno a la mesa. Tampoco la ceniza de las hogueras de fiesta ancestral. Huele a ceniza de fracaso, de irresponsabilidad, de desolación, de incoherencia.
Y huele a ceniza porque se ha colado por todas las rendijas. Por las ventanas entreabiertas, por debajo de las puertas.
La casa cerrada estaba lejos del fuego. Si aquí ha sido así, ¿qué habrá pasado en las casas de los que han tenido que salir perseguidos por las llamas? ¿Qué habrá quedado de nuestros bosques (me da igual la comunidad autónoma y de quién son las (in)competencias) si la ceniza ha llegado hasta aquí?
Una vez más hemos dejado claro que no sabemos cuidar de nuestro entorno. Que somos incapaces de pensar en nada más que en lo nuestro. Y que ese egoísmo huele a ceniza, a fracaso, a irresponsabilidad, a desolación y a incoherencia.