miércoles, 27 de febrero de 2013

Tecnicolor



Erase una vez un país en el que todo era luz y color. Quien más, quien menos, cualquiera se calzaba un coche de tecnología alemana y alta gama y disfrutaba de un hermoso domicilio pagado en cómodos plazos a treinta años, que no es nada.

En ese mundo en tecnicolor surgieron, ¡oh que ordinariez!, nuevos impuestos que incomodaban al más pintado. Pero ahí salió la vena hispánica: “defraudando, que es gerundio”. Y así se hizo: al finalizar cada trabajo profesional se generalizó la expresión: “¿Con factura?”. Porque, claro, la diferencia era pagar el IVA o no pagarlo. 

Y se cometió el pecado generalizado: que levante la mano quien nunca haya dejado de pagar a conciencia siquiera el IVA de cambiar un grifo, ¿alguien?, ¿nadie? Pues bien pocos. No hace falta un estudio de esos de “expertos afirman….”. 

Pero el país se iba decolorando y se extendió aquel juego de picaresca. Desde la inocencia de la sisa del ama de casa a la picardía profesionalizada de empresarios que hicieron del “sin IVA” una caja sin fondo. ¿O con fondo negro?

Porque a fuerza de no meter dinero en la caja de todos sino en la caja del dinero b, el país se fue haciendo igual de negro que el nombre de aquellos billetes que, de repente, dejaban el circuito legal para llevar una vida paralela.

En esa vida, unos pocos disfrutaban de lujos y placeres, los menos. Mientras, los más iban viendo como los colores de su vida, su entorno en tecnicolor, se parecía cada vez más al blanco y negro de las películas de Berlanga que al oro y oropeles de pocos años ha.

Y es así cómo las cajas con ese dinero negro han ido expandiendo su oscuridad por una sociedad que, por fin, se revuelve contra ese carácter patrio. Y a fuerza de ver en sus representantes su imagen proyectada, aumentada y deformada, se ha dado cuenta de que hubiera sido mucho más fácil mantener un país a todo color si no hubiéramos cogido el tentador atajo del dinero negro.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Válvulas



Salgo. Cojo el coche. Ya es de noche. Hace frío. Llueve a ratos. El día ha sido pesado. ¿Más de lo normal? No. A fin de cuentas, ¿qué es normal?

Parece que todo el mundo camina solo por la calle. Nadie habla con nadie e incluso los dedos no se deslizan por pantallas de smartphones a causa del frío. Para acabar con esa sensación de infinita soledad, acuciada, sin duda, por el cansancio, pongo la radio.

Cruza ante mi vista un corredor, desafiando a la noche, al frío y al día duro que precede a su carrera sin meta. La casualidad, ¿existe?, pone la banda sonora: empieza a sonar en una cadena de viejos éxitos Eye of the tiger

Y entonces toda la perspectiva cambia y la calle se convierte en una puesta en escena preparada para el corredor. ¿Qué es lo que le anima a salir a estas horas? ¿Con un tiempo de perros y sin buscar, evidentemente, ninguna medalla olímpica?

El pundonor, el sentirse mejor, saber que hoy va a hacer algo para sí mismo y que le apetece. Sin recibir órdenes, sin sentirse presionado por presupuestos o plazos. Solo porque quiere y porque es el tiempo que tiene para él. Aunque fuera llueva, aunque el sofá le llama a gritos mientras se ata las zapatillas, aunque el cansancio atenaza sus piernas, ha sido más fuerte su necesidad de escapar y de sentirse libre.
Muchos han encontrado en el deporte urbano esa válvula de escape que les permite huir de la rutina, de los “más de lo mismo” de cada día y, de paso, coger fondo y forma, algo que no está de más visto lo visto.

Se va acabando la canción y otros corredores han ido tomando el relevo al que apareció con los primeros compases. De momento, habrá que conformarse con mirarlos desde el coche y ponerles la banda sonora. El tiempo dirá si algún día acabamos al otro lado del parabrisas. El lado de los valientes.

jueves, 14 de febrero de 2013

Te quiero




Una niña. Sola en un portal. Esperando con el anorak puesto, una mochila y una maleta. Típica estampa de custodia compartida. Llama al timbre. Quizás por segunda vez. “Sí, sí”, suena una voz de hombre, impaciente, despistada. “Papá, te quiero”, lanza la niña su mensaje. No le escucha. “Ya bajo”, obtiene como única y apresurada respuesta. 

Estaba oscuro. No pude ver cara de la niña. Tal vez su ingenuidad le ayudó a superar la tristeza  que nos embarga incluso al leerlo. O tal vez estaba ya está acostumbrada a la decepción.


Lástima de ese “Te quiero” perdido. Lástima de esa niña que no ha podido escuchar siquiera un socorrido, y quizás algo vacío, “Yo también”.


Hoy es el día de los “te quiero”. Estandarizados, embotellados, enlatados, encorsetados… Pero “te quiero”, a fin de cuentas.


Lástima que haya que buscar un día en el calendario para regalar bombones, mandar flores, preparar una velada especial. Lástima que hoy sea día de grandes almacenes y corazones de cartón piedra. Lástima que hoy para algunos sea más duro soportar la soledad.


La niña de la maleta está superando su primera decepción frente a un “te quiero” perdido sin apenas darse cuenta. Quizás esté empezando a formar callo alrededor de las desilusiones que llegarán en el futuro y todo a partir de ese primer “te quiero” perdido en el viento.


Hoy es un día para recordar que amamos, que estamos ahí, que se puede contar con nosotros. Y para sentirse amado, saber que tenemos alguien ahí y que contamos con ese alguien. Pero ayer también lo fue, y mañana debería serlo.


Aunque hoy nos dejemos llevar por la borrachera almibarada y por la tentación de esa tarta con forma de corazón que lleva nuestro nombre, dejémonos llevar también mañana por ese entusiasmo, repitamos ese “te quiero” hasta que estemos seguros de que lo ha oído y permanezcamos bien atentos para nunca dejar morir en el aire un “te quiero”.

martes, 5 de febrero de 2013

Sin ganas



Que si el frío en invierno, que si la astenia primaveral, que si el calor del verano, que si la oscuridad otoñal… En cualquier momento del año podemos encontrar una excusa externa y circunstancial para sentirnos sin ganas de nada, dejarnos llevar y esperar únicamente que los días pasen. Cuanto más rápido y más vacíos, mejor.


Afortunadamente, siempre hay una terapia de café, un gingseng vitaminado, un reencuentro inesperado o una simple mirada robada que tiene el efecto de chispa, de revulsivo, de inyección de ánimo… que nos levanta y nos cambia esa actitud desganada por otra dinámica, optimista, vital. Y vuelta a empezar.

Así funciona la vida. Al menos hasta ahora.


Porque de un tiempo a esta parte la rutina de altos y bajos se mantiene sostenida en la parte baja de la escala anímica. Llevo meses eligiendo el culebrón infantil (ya en reposición) antes que cualquier oferta informativa. Prefiero leer las informaciones de alcance del “¡Hola!” que las de cualquier diario de información general. 


Pero ni así es posible escapar.


Nos rodea tal halo de mediocridad y ruindad que, al final, es imposible no meterse en la rueda de la desidia. Y dejarse llevar hacia la nada. Hacia las ganas inmensas de no tener ganas de nada.

Cualquier conversación en nuestro entorno va a acabar, sí o sí, muriendo en la corrupción, la crisis o el fútbol. Y, así, cada día se cierra con un nuevo cuadro de la jornada un poco más gris y un poco menos feliz.


El desencanto se ha instalado en el taburete de al lado del bar, en la mesa de enfrente de la oficina, justo delante en la cola del paro… De repente, no queda nada por lo que exhibir orgullo patrio y, más allá de quienes queremos, tampoco encontramos nada en este amargo panorama que nos motive a un último esfuerzo, a continuar la lucha o, simplemente, escribir unas líneas.


Definitivamente, este país me mata.