Algunas personas padecemos una
incuestionable (para algunos insufrible) incontinencia verbal. Sin embargo,
cuando esta enfermedad del verbo viene acompañada de otra enfermedad del
sentimiento llamada empatía puede darse un curioso fenómeno: el silencio. La
incapacidad de encontrar las palabras cuando nos enfrentamos al dolor del otro a
quien apreciamos sinceramente.
Cuando esa persona que nos ha
acompañado en distintos momentos de nuestra vida, con quien hemos compartido y
quemado etapas, que ha desaparecido puntualmente, pero que nunca ha dejado de
estar gracias al patio de vecinos en que hemos convertido la combinación entre
internet y nuestro teléfono… cuando esa persona empieza a sufrir y no puedes
hacer más que escuchar y esperar, ¿puedes hacerlo realmente?
¿Por qué realmente no nos queda
más que un amargo “no tengo palabras” cuando lo que queremos es dar consuelo,
mostrar nuestro afecto, decir que seguimos ahí a pesar del tiempo y la
distancia y, sobre todo, encender esa luz de esperanza que, en medio de esa
pasión, entendida con el sentido primero de padecimiento, parece que nunca
volverá a prender?
¿Por qué la incontinencia verbal
se convierte entonces en incómodo silencio? ¿Por qué nos faltan las palabras en
medio de la oscuridad cuando lo que queremos es proporcionar sincero y cálido
consuelo? ¿Por qué es tan difícil hablar cuando realmente las palabras pueden
tener el casi mágico efecto de bálsamo, compañía y alivio?
Sí, en los momentos en los que la
vida te pone en la dialéctica entre la pasión y el consuelo es cuando descubres
cuál es el valor real de las palabras, hasta dónde puede llegar su poder, y
cómo las malgastamos a diario, inútilmente, en discursos vacíos con los que tapamos
huecos que en el fondo esconden soledad y quién sabe cuántas otras cosas vanas
y prescindibles.
Pero sí, hay un día en el que hay
que romper el pánico que nos produce el dolor, aunque sea ajeno, rasgar el
silencio y decir “te quiero, estoy contigo en esto y, aunque no esté a tu lado,
mis pensamientos están contigo, con tu fuerza y con tu lucha. No hay lugar para
la derrota ni el desánimo cuando tantos estamos rogando por ti. Saldrás de esta
y estaré aquí para compartirlo contigo”.
Y, así sí, sobran otras palabras.