Realidades como la llegada temprana de la primavera a
Valencia no constituyen, en principio, motivo de alegría. Pero hasta en
situaciones como esta podemos encontrar una razón para el optimismo.
Los estudiantes, acusados durante los últimos lustros de
inmovilistas, hedonistas y vagos retoman el papel reivindicativo y luchador que
ha de caracterizar a la juventud para continuar evolucionando en lugar de
vegetar. Aunque todo empiece por unas mantas contra el frío que producen los recortes
y continúe con desafortunadas (¡qué comedido adjetivo!) cargas policiales, es
de esperar que finalice con un revivir de la generación dormida que vaya más
allá de los primeros y auténticos acontecimientos del 15-M.
Y no solo hay que retomar el optimismo en el plano de lo
social. Podemos encontrar razones para retomar la senda optimista en el gesto
del amigo que lo deja todo en un segundo para echarte una mano cuando ve que lo
necesitas o del que se preocupa sinceramente por ti cuando descubre tres gestos
tristes en un solo día.
Afortunadamente, ser capaces de seguir preocupándonos por
los demás o de salir a la calle para reivindicar un futuro digno para nuestra
sociedad nos hace ser mejores y nos permite superar moralmente la cómoda
opulencia en la que la autocomplacencia y el “ande yo caliente” han sido las
consignas. Consignas de una sociedad claramente egoísta que tomaba rumbo
directo a esta deconstrucción del sistema.
La reacción, social e individual, que podemos ir
descubriendo cada día es un motivo para sentirnos satisfechos y subir nuestra
autoestima, individual y colectiva. ¿O es que acaso el hecho de ser capaces de mirar
más allá de nuestro ombligo y nuestro bolsillo y preocuparnos por el bienestar
del otro y por el
futuro de todos no constituye una razón para el optimismo?
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