Es la historia de un chaval un poco más lento que los demás.
Ha conseguido superar etapas educativas que se les han atascado a otros en
teoría más avispados. A base de esfuerzo y ausencia de maldad.
Al otro lado del ring de la vida se han colocado los
adolescentes tardíos que prefieren experimentar hasta bordear la adicción y
esquivar a los diferentes por temor a que se les pueda contagiar algo tan
peligroso como la fuerza de voluntad.
Y cada día ha de noquearles careciendo de picardía y malas
intenciones. Dura batalla para alguien que vive en una familia que dispone de
los justo y en la que se lucha contra la enfermedad con el mismo tesón con el
que él se busca la vida para ir a clase.
Un lugar donde pasa sus días solo porque los otros, aunque
lo disfracen de burla y desprecio, le tienen miedo.
Miedo porque él no piensa ni actúa como ellos, miedo porque
necesita un esfuerzo adicional para salir adelante y lo hace, miedo porque no
ha decidido perderse por caminos fáciles y ha elegido la senda con dificultades
que le lleva a ser lo que quiere ser.
Basta ya de culpar a la sufrida coyuntura socioeconómica. Nuestros
males no empiezan en la prima de riesgo y las expropiaciones. Nuestros males
empiezan en nuestra educación. Y no en la de las aulas recortadas sino en la
del entorno familiar y afectivo.
Una sociedad que enseña a sus hijos a despreciar al débil, a
apostar siempre al caballo ganador y a marginar al diferente nunca llegará a
conocer la fortaleza de los que se esfuerzan, la riqueza de los que nunca serán
líderes ni lo especial que puede resultar quien no es igual.
Seguiremos siendo unos ignorantes. Independientemente de la
coyuntura. Solo espero que ese chaval consiga alcanzar su sueño. Y que todos lo
veamos.
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