Los chistes, anécdotas y chascarrillos se traspasaban de
amigos a amigos en largas noches de conversación hilarante que precisaban de
pocos aditamentos. La tele ayudaba y desde hace décadas se ha convertido en el
principal proveedor de frases hechas y construcciones absurdas.
Desde el entrañable“¿Está el enemigo?” hasta el “Si hay que
ir, se va”, pasando por los “Niños en el horno” o el “Muy buenas, ¿tiene
peras?”. Todas se han convertido en expresiones con código imposible de
descifrar para el que viene de fuera o el que decide aislarse de los medios
masivos.
La imparable evolución del mundo online también crea sus
propios códigos y hoy es más fácil recibir cada día cinco correos con chistes,
reflexiones vitales y presentaciones animadas que pasar una velada de chistes
ininterrumpidos con los amigos.
Entre la basura que cada día llena los buzones virtuales
siempre hay algo que se puede rescatar. Muchas veces de puro simple. El otro
día me llegaba uno con cuatro fotografías, nada vistosas, por cierto, colocadas
en fila: un biberón, una botella de refresco, una cerveza y un gotero. Con una
única leyenda: “Cuidado, ya vamos por la tercera”.
Desde luego, simple y reduccionista. Toda nuestra vida
resumida en cuatro botellas. De aquel
mítico enigma de la esfinge sobre el ser que al nacer caminaba a cuatro patas,
en el cénit de su vida, a dos y en su ocaso, a tres hemos pasado a colocar la
botella de cerveza como símbolo de acceso a la segunda mitad.
De la mitología griega al botellín marrón pasando por la
bandeja de entrada del hotmail. Con la agravante de que la leyenda nos permitía
estirar la etapa de las dos patas y no hacía distingos entre la etapa del
refresco y la cerveza. Mucho más cruel es el presente. Por lo que pueda pasar y
antes de llegar al cuarto botellín, les animo a echarse unas cañas. Hoy mismo,
con los amigos. Quién sabe si la cosa no acabará en una sesión de chistes.
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