miércoles, 16 de enero de 2013

Violada




Entre los múltiples horrores de los que el ser humano es capaz, sin duda hay uno que en el cuerpo a cuerpo gana a los demás, dejando por delante solamente la crueldad de la muerte asestada por manos ajenas.

La violación, el acceso no consentido y violento a lo más íntimo, es deleznable. Repugnante. Miserable. Infame. Se me ocurren todos los adjetivos que llevan asociado horror, rechazo, vejación, humillación… Y tengo miedo de quedarme corta.

Por eso, cuando llegan noticias del otro lado del mundo en el que se reproducen violaciones en grupo que bien podrían haber protagonizado las peores gentes sin alma del Medievo no cabe sino preguntarse: “¿Es este el mundo que hemos creado?”.

Tanta tecnología, tanta ciencia, tanta filosofía para acabar escuchando día tras día cómo en uno de los países que van a liderar el nuevo orden mundial la mitad de la población escucha impasible los relatos de violación múltiple con resultado final de muerte.

Es cierto que parte de la población se ha rebelado y protesta, pero este primer mundo sin conciencia ha sido capaz de crear un país emergente lleno de personas que hablan un magnífico inglés, programan estupendamente, pagan y viven miserablemente y no tienen, como nosotros, conciencia.

Las mujeres no han dejado de ser en ciertas culturas ese personaje de segunda dedicado a perpetuar la estirpe del macho que dispone de ellas en cualquier forma y circunstancia. Sin derecho a réplica. Sin derecho a ejercer su libertad ni siquiera sobre su cuerpo.

Porque, ¿qué grupo de seres humanos es capaz de planear semejante acto? O, peor, aún, de sumarse al festín de horror carnal sin pensar que la víctima es algo más que un sexo accesible bajo una fuerza brutal.
Desde luego, nuestra sociedad no avanza. Recula. Los países sobre los que va a recaer el peso de la economía en un futuro inminente han recibido toda nuestra influencia de capitalismo salvaje. Se nos olvidó explicar la lección de la conciencia, la libertad y los derechos. Casi nada.

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