Incluso para los que hemos decidido no mirar hacia otro lado
resultan difíciles de digerir historias como la de María. Un periódico
atrasado, en una consulta cualquiera, reclama mi atención con una llamada al
interior de los dramas más profundos de la crisis.
Sin alternativa legible a la vista, leí la historia de
María. ¿Por qué alguien ha tenido de ahondar tanto? ¿Por qué ha sabido que esto
pasaba y no ha podido evitar contarlo? A veces este oficio nuestro empuja a
compartir las caras de la realidad que quizás sería mejor guardarse para sí
para no extender más la pena ni la rabia.
Supongo que como le pasó a aquel periodista de aquel diario,
tampoco yo puedo dejar de compartirlo, aun a riesgo de pensar después si
realmente es necesario mirar tan de frente a las historias de estos perdedores
que cada vez se parecen más a cualquiera de nosotros. Y, más aún, preguntarme
si es necesario difundir aún más el drama de María.
Pero si aquella historia a mí me torció el día por todo lo
que removió tal vez no sea tan descabellado seguir compartiéndolo para ver si,
grano a grano, todos nos hacemos cargo de que esto está cambiando, que va en
serio y que te puede tocar a ti.
Sin ser exhaustiva, contaré que María era una mujer con una
vida normal, que trabajaba, al igual que su marido, y con una hija discapacitada con altas necesidades educativas y
farmacológicas. María dejó su trabajo pero vio la ventaja de poder volcarse en
su hija, el centro de su universo. Su marido perdió su empresa. Su matrimonio y
su patrimonio se fueron al traste. María y su hija viven en un piso (“gris”,
decía el periodista) con dos sillas y una cama. María no puede comprar comida
ni puede pagar las medicinas. María, creyente, ha tenido que renunciar a todas
sus convicciones y se prostituye desde hace unos meses para que su hija coma y
tome sus medicinas. Punto.
Además de la amargura de esta historia, lo más doloroso es
que hay muchas Marías y que, ahora sí, nadie está exento de encontrar su vida
en una situación tan extrema que cada día se torna menos excepcional.
Sí, era necesario.
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