lunes, 5 de noviembre de 2012

Los otros secretos



Recuerdo perfectamente las cartas que me enviaban mis amigas lejanas durante la adolescencia. Difícil era ocultar su llegada al buzón único familiar y más difícil aún encontrar ese rincón donde permaneciesen fuera de la vista  de mi madre.

Décadas después me doy cuenta de lo poco interesantes que debían parecerle a mi madre aquellas misivas y que la pobre andaría más preocupada por si “estaba en la droga” (aún no sé dónde para esta población donde ninguna quería que estuviésemos) que por las cartas en espiral con las que me deleitaba Araceli en aquellos lejanos ochenta. 

Han pasado los años y hemos pasado al otro lado. Sin cartas que esconder entre tanta comunicación digital, me encuentro totalmente perdida con las andanzas de estos preadolescentes en internet.
Con la vaga excusa de “solo estoy jugando, mamá”, se enfrasca en la red y a una no le queda más opción que pensar que, efectivamente, debe estar gestionando su granja virtual o jugando con el pingüino ese. Pues no, o la inocencia se ha perdido o es tan grande que no saben en qué charco se están metiendo.
Porque, de pronto, alguien, quizás ese tío con complejo de Peter Pan, te dice que se acaba de hacer amigo de tu hijo en el face. ¡Toma ya! La criatura confiesa que necesitaba darse de alta para jugar a no sé qué naves y que ni había vuelto a entrar. En solo un día ya tiene nueve amigos y ha conseguido contactar con personas a las que llevo buscando meses.

Ahora los secretos de amores platónicos y cotilleos juveniles ya no se dirimen en cartas periódicas escritas con tinta verde. Ahora solo se vive la experiencia de comunicación a distancia vía mail, sms, guasap o face. Y los secretos ya no existen porque ahora todo se comparte en el muro y lo que no se comparte no existe.

¿Qué queda ahora como secreto? Pues hacerse el perfil y no decirlo, tener una cuenta alternativa a la vigilada por las madres fiscalizadoras y conectarse a escondidas. ¿A ese mundo virtual quedan ahora relegados los secretos? Bueno, mientras  no “estén en la droga” y no perdamos aptitudes de espionaje no deja de ser una evolución generacional normal que nunca llegaremos a entender del todo. Lo que toca, vaya.

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