viernes, 9 de noviembre de 2012

La vida por la ventana



No pudo más. Todo lo que había dado por seguro se estaba esfumando a la misma velocidad con la que el viento levanta la niebla. De sus ojos fue desapareciendo como en un sueño todo aquello que le había dado estabilidad en los últimos años.

Su trabajo iba de mal en peor, cobraba un mes no y otro, quizás. Pero él continuaba con su ritmo de siempre y seguían con la misma rutina. Hace tres años incluso se permitieron echar la casa por la ventana y se fueron de crucero buscando un poquito de calor y aspirar algo de eso que llaman lujo.

De repente, todo se precipitó. Empezó a no cobrar un mes sí y otro, tampoco. Él se quedó sin trabajo. Y sin prestación. “¡Maldito régimen de autónomos!”. “¿Y ahora, qué?”.

Los ahorros de toda una vida apenas dieron para unos meses. Los hermanos y los padres echaban una mano, pero tampoco andaban mucho mejor y llegaban al plato de mediodía, pero el agua y la luz empezaban a ser palabras mayores.

Por no hablar de la hipoteca. Ya no recordaba de quién fue la idea de comprar ese piso. Y la ilusión de aquella mudanza se había trocado en amargura en los últimos tiempos.

El primer aviso vino por teléfono. A fin de cuentas, todos se conocían y el director del banco era uno más. Le dijo que tenían unas letras por pagar, que si querían revisar algo, que no le aguantarían mucho más sin empezar las amenazas de la central…

Ella le dijo que no se preocupara, que era una mala racha, que a ella le iban a pagar los atrasos y que a él le saldría algo pronto, seguro. Pero nada de aquello pasó y lo siguiente fue la pesadilla vertiginosa.
Las cartas, los requerimientos, hasta que llegaron ellos. No tenían que ver con el banco ni con aquella pobre gente, pero les tocaba pasar por el trance de sacar a la gente de su casa, arrancarles los recuerdos y dejarles en la más absoluta sensación de desamparo. También para ellos eran días para borrar.

Llamaron al timbre, ella les abrió. Subieron. Entraron. No la encontraron. No había nadie. Solo una silla junto a la ventana. Y una vida que se había ido.

(Esta historia solo coincide en los hechos finales con uno de los suicidios de esta semana. El resto es pura imaginación, aunque no andará lejos de la realidad. Descansen en paz).

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