lunes, 1 de octubre de 2012

Por lo que tú EREs



No hay nadie que no conozca a alguien inmerso o amenazado por un ERE. Hay empresas que, de hecho, sobreviven machacando a su últimos empleados con continuas alusiones a un posible ERE que no acaba de llegar (lo más seguro que por no cumplen todos los requisitos legales), pero bajo cuya coacción saben que la gente aguanta lo que le echen.

Desde la empresa que penaliza cada error con cincuenta euros que deduce puntualmente de la nómina siguiente (por supuesto, situación denunciable sobre la que nadie se atreve a chistar) hasta la empresa arrastrada por la debacle de las administraciones y empresas privadas que acaban pagando los curritos (probablemente los que han sacado a flote el barco en los últimos lustros).

Mientras en Andalucía algunos aprovecharon los expedientes reguladores para que cobraran indemnizaciones hasta los muertos, en el resto de España la realidad es que miles de profesionales se están viendo de repente en la calle, a tiempo completo o parcial, casi con una mano delante y otra detrás. Y poniendo buena cara, claro está.

Me dice la última amiga afectada por el ERE de una empresa pública: “Tengo que estar todo el mes aquí, haciendo lo mejor que puedo mi trabajo en lugar de estar en mi casa, dignamente, buscando trabajo”. Porque, eso sí, trabajando hasta el último minuto y dejándose la piel, y es que el que es profesional no deja de serlo solo porque por politiqueos su cotización se haya devaluado.

Además del problema económico que sufre cualquier trabajador afectado por un ERE, ¿se han planteado lo que es vivir cada día con la espada de Damocles rozando con su afilada punta la cabeza de un empleado que no deja de ser una persona que siente, que padece y que es, existe? Cualquier empleo pende hoy día de un hilo, pero en situaciones con plan de ruta hacia el abismo resulta difícil combinar la dignidad con humillaciones e injusticias.

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