martes, 9 de octubre de 2012

Los últimos


Una mañana más, en el bar de siempre, con las mismas caras de cada día. En medio del repaso de la jornada anterior aparece alguien fuera de contexto. Es Jaime, hemos trabajado con él en algunos proyectos hace meses. Lleva las relaciones de una asociación de discapacitados que hace lo imposible desde hace años para conseguir fondos para los chavales (y menos chavales).
Imaginación, ilusión, esfuerzo… nada de eso les falta ahora, pero la conversación de hoy no está llena de banalidades de hora del desayuno ni de proyectos esperanzadores. Nos mira con tristeza y comenta que va a informarse sobre el futuro de la subvención, ingreso principal con el que subsiste el proyecto. “Si nos quitan lo que dicen, tendremos que cerrar”.
Y se marcha. Con un punto de desesperación y otro de determinación. Lucharán hasta el final por no dejar en la calle no solo a decenas de empleados sino a decenas de personas que necesitan de su ayuda y para quienes son absolutamente imprescindibles.
Porque, ¿alguien ha pensado en los últimos? ¿Qué va a pasar con las personas dependientes? ¿Vamos a ser incapaces de atenderles, ayudarles y darles todo lo que necesitan para tener una vida digna y feliz? Parece que la respuesta va a ser que no.
Y si duro es quedarse sin trabajo y tener que empezar desde cero, ¿podemos imaginar lo duro que será para ellos y sus familias quedarse sin la ayuda con la que contaban hasta ahora? ¿Cómo empezar de nuevo sin ayudas?
Imaginación y fuerza no les falta. Padres que recorren maratones, campañas solidarias para recoger tapones, pasarelas de moda… Pero no es suficiente. Nuestra sociedad no puede olvidarles, no puede dejarles en última posición en la lista de ayudas porque para ellos no es algo superfluo sino cuestión de supervivencia.
No son los últimos. Son especiales. Y el verdadero valor moral de nuestra sociedad se medirá con nuestra respuesta a los que nos necesitan siempre. También ahora.

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