En los tiempos de bonanza se dio con demasiada frecuencia.
Uno llegaba a una empresa, pasaba un
tiempo y, gracias a sus culebreantes movimientos o por tener el don de la
oportunidad, lograba subirse a la cresta de la ola y mantenerse en lo alto en
un puesto para el que no estaba preparado y con un salario que probablemente no
mereciera.
Hubo gente que aprovechó lo que la vida le daba para
formarse, aprender a aprender, aprender a mandar y hacerse acreedor de puesto y
salario. Pero hubo otros que una vez aferrados a ese puesto optaron por
mantenerse en él a fuerza de mantener miedo y presión tapando con amenazas,
subterfugios y malos modos la inseguridad que les proporcionaba su propia
mediocridad.
Cualquiera de nosotros puede mirar a su alrededor y
encontrar el político advenedizo o el empleado poco valioso que a base de
contactos, estratégicos movimientos en el tablero de la vida o un carácter apropiado
para relacionarse con las cúpulas han llegado a ese puesto en el que son
incompetentes por falta de conocimientos o por no saber liderar un equipo. O por
las dos cosas, en el peor de los casos.
La mediocridad les lleva a forjarse una imagen dura,
ofensiva, como base de una estrategia basada en el ataque y en la nula empatía
con el, horrible vocablo, subordinado. Son esos jefes que en vez de reconocer “No te entiendo” te dicen “No te sabes
explicar”, invirtiendo su incapacidad en minar tu seguridad y acabar enterrando
tus propias capacidades en medio de miedos y frustración.
Por lo visto, cada uno ha de pasar al menos una vez en la
vida por esta posición. Lo bueno es cuando consigue deshacerse de ese inútil en
mejor posición jerárquica, sigue adelante y se encuentra con que no todo es así
y que hay jefes, políticos, compañeros… brillantes, empáticos, de quienes se
puede aprender y que no vuelcan su mediocridad en los demás. Y se agradece.
Me gusta, pero...
ResponderEliminarEn los tiempos de bonanza, la posibilidad de irte a otra parte permitía librarte de ese escalón , si era general, dejarlo en evidencia.
Ahora, cuando el miedo y la falta de alternativa atenazan a cada uno (a ti y a él) a la posición que ocupan cuando se vuelve más terrible
Entonces te podías ir, si aún te quedaban agallas (no era difícil convertirse en un empleado rehén). A quien le pase ahora solo le queda aguantar (o soportar) lo que le echen (rehén sí o sí). Triste no, lo siguiente.
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