lunes, 21 de mayo de 2012

Cuando pesa la tristeza


Un inocente “¿Cómo estás?” se convierte en el detonante de un llanto inesperado. De repente, le miras con otros ojos e, inmediatamente, te reprochas, “¿Cómo no me he dado cuenta antes?”. Porque, de repente, todo encaja.
Esa desaparición del café habitual, el desinterés repentino por tus cansinos problemas, la falta de entusiasmo por los planes del verano… Sí, todo encaja. Le ha atrapado la tristeza y no has estado atento, preocupado por tus nimiedades, no has detectado esa sombra en la mirada, no has interpretado ese arranque de mal humor, no has sabido ver que la desidia se instalaba en su vida mientras tú, a su lado, mirabas hacia otra parte.
A ella le pesa la tristeza. Y cuando, al fin, te lo dice, crees que ha sido un mal día, que no hay que darle más importancia porque pasará y porque, como siempre, tú también presientes que hoy va a ser un mal día.
A ti te van a pasar cosas malas hoy, sí. También buenas y regulares. A ella no. Ella siente que no pasa nada. Solo siente la tristeza. Pero nadie espera que ella llore. Ella no. Es muy fuerte y siempre puede con todo.
Pero ella quiere llorar. Porque le pesa la tristeza. Porque quiere decírtelo y que lo entiendas. Porque quiere que sepas que, ahora sí, te necesita. Porque es vulnerable y quiere llorar.
Y llora. Empieza y no puede parar. No quiere parar. Se ha descubierto, no tiene que seguir ocultándose y ya no le importa nada más que poder llorar. Y sacar fuera esa pena inexplicable que llega a dolerle hasta que vuelva a encontrar el sentido de las cosas, el porqué de su vida y la ilusión.
Con las prisas se había olvidado de pensar en el sentido, el porqué y la ilusión. Pero el día que miró de frente a la tristeza lo vio todo. Y no le gustó. Pero pensó en ti y en que, cuando pesa la tristeza, te necesita para recobrar el sentido, el porqué y la ilusión. Y decirle adiós a esta losa que, sin duda, se irá, si tú estás ahí.

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