“… y buena suerte”. ¿O esto último no lo ha dicho Matías
Prats al acabar el informativo? Pues no, no lo ha dicho. Lo he imaginado, pero
por un juego fácil del subconsciente. ¿Cómo se debe sentir uno después de
desgranar, minuto tras minuto, solo malas noticias, casi apocalípticas, y, además, mirando a los ojos a los
espectadores?
Pues mal. Francamente mal. A poco que uno empatice con quien
le está mirando, aunque no lo vea, es imposible no compadecerse del prójimo en
medio del mal común del que, lo quiera el presentador o no, también es sujeto
paciente. Claro, por eso en la despedida he creído oír un inexistente “…y buena
suerte”.
Solo ver el sumario de un informativo en estos tiempos es un
ejercicio de masoquismo que nada más deberían practicar los adictos a la
información. Para quienes puedan evitar estar al corriente de la actualidad para
seguir respirando es, tal vez, el momento para optar por la ignorancia y el
mirar al otro lado.
¿O no?
Pues ya no lo sé. Porque la estrategia de coger el toro por
los cuernos deja de funcionar cuando los toros entran al trapo uno tras otro.
No hay manos suficientes para agarrar tanta cornamenta. Y los problemas son tan
grandes que acaban siendo inabarcables para la ínfima dimensión humana.
Vivimos en un “ay” día tras día. “¿Nos intervendrán hoy? “,
“¿Habrá corralito en España?”. “¿Sobrevivirá el euro?”… Son incógnitas de tal
dimensión que al final uno se siente tan insignificante y tan a merced de los
elementos que quizás no sea tan descabellado optar por el no saber. Al menos
por esta vez.
Si optamos por querer saber, no nos extrañe que cualquier
día de estos sí oigamos que el periodista de turno se despida con “…y buena
suerte”. O, en versión para creyentes: “Que nos pille confesados”.
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