Hace no muchos años eran pocos los una vez rotas sus parejas
volvían a ponerse en circulación. Se convertían en extraños especímenes que
acababan juntándose por desidia con los viejos amigos solteros, recuperando
amistades perdidas en el tiempo, o tomando la mortificante opción de no salir
ni retomar el mundo de las relaciones.
Hoy las cosas han cambiado. Ya no hay despectivos solterones
a los que arrimarse sino singles con caché que forman pandilla con separados de
toda condición que ahora son legión.
Y así la noche ya no es feudo exclusivo de veinteañeros.
Cualquier rincón con buen ambiente nocturno es bueno para cualquier edad. A
nadie le extraña entrar a un pub en el que la edad media de los clientes se
aleja estrepitosamente de los veintitantos.
Escenas y actores que antes solo se encontraban en las
fechas típicas de cena de empresa se dan ahora cada fin de semana. Bares
repletos de cuarentones (y más) a quienes se les nota por la soltura que son
clientes habituales y no fugaces estrellas de una noche.
Porque si antes una ruptura suponía casi el final de la vida
pública ahora implica un punto y seguido en el que pocos son los que se
resisten al atractivo de una segunda vuelta en la que ya no se van a encontrar
con los prejuicios sociales de antaño sino con una segunda oportunidad para
rehacer su vida, solos o en pareja, pero con muchos amigos y poco tedio.
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