martes, 24 de enero de 2012

Hablar mucho, decir poco


Hay un mal que nos asola en los últimos tiempos. Aunque quizá sería más adecuado decir directamente que es un mal de nuestro tiempo.
Lejos queda la brillante oratoria de los políticos decimonónicos y de principios del siglo XX. Lejos también los grandes líderes surgidos de la nada capaces de llevar a las masas a la revolución, pacífica o armada, pero siempre entregada y convencida.
No es que se echen de menos las revueltas sociales (quizás porque ya empiezan a reaparecer peligrosamente y esto es solo el principio), pero sí echamos de menos alguien que nos ilusione. Un líder carismático (aunque suene a topicazo) no nos vendría mal.
En estos días de campaña permanente (a veces parece que aún no ha pasado el 20N) una acaba por ponerse de mal humor con tanta palabra vacía en medio de entregados (¿?) aforos que aplauden discursos vacíos de contenido ofrecidos por oradores desapasionados.
Sosos, sosísimos. Incapaces de llevar a las barricadas a cualquiera que se siente a analizar sus pobres discursos.
La duda estriba entonces en por qué seguimos prestándoles atención. ¿Por qué no les  dejamos hablando solos hasta que se den cuenta de que predicar en el desierto es sermón perdido?
De ahí a empezar a reflexionar sobre qué se puede, efectivamente, hacer, solo hay un paso. El paso que deben dar algunos de nuestros políticos. Hablar lo justo y bien. Hacer mucho y bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario