martes, 24 de enero de 2012

Esperando una llamada



Entre los múltiples estudios que realizan al diario los expertos y analistas no sé si alguno se ha parado a analizar cuánto tiempo de nuestra vida destinamos a esperar una llamada. Desde el despertar hormonal adolescente cuando pasamos horas esperando a que “él” llame hasta otros puntos de inflexión que se dan en nuestro recorrido vital y que se inician con una llamada.
¿Cuánto tiempo de espera invertimos en esa posible entrevista de trabajo? Si antes pasaban semanas, ahora son meses de incertidumbre alrededor de esa posible llamada que abriría un resquicio de esperanza.
¿Y qué ocurre después de esa ansiada entrevista? Hay que continuar esperando la llamada de admisión o decepción. ¡Cuánta angustia acumulada alrededor del dichoso aparato! ¡Cómo cambia la vida después de esa comunicación! Y sin que el que está al otro lado parezca darse cuenta de la importancia de lo que está pasando al otro lado del satélite.
Porque estas llamadas tienen en común también la impersonalidad (tal vez por pura profesionalidad) que deja traslucir el emisor. Cuestión compartida cuando lo que se espera es el aviso para una intervención quirúrgica.
Las listas de espera nos tienen semanas, tal vez meses, viviendo en un “ay” cada vez que visualizamos un número de más de nueve cifras en la pantalla de nuestro móvil. Sin poder planificar “por si acaso” y enmascarando con el mal humor propio del inevitable retraso el también inevitable miedo.
Miedo. Otro factor común de todo el que espera la llamada. Una posible relación, un probable final, una esperanza laboral, un paso por el quirófano… Situaciones de cambio e incertidumbre que marcan un capítulo de nuestras vidas e inician su devenir con una simple llamada. Algo cambia después de ese tono y nunca sabemos muy bien qué hubiera pasado si no hubiéramos contestado.

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