El tiempo juega con nosotros.
Cuando pensamos en las diferentes sensaciones de duración de una hora nos damos cuenta de que a veces sentimos cómo se prolonga hasta la eternidad de
puro tedio; otras, pasa sin siquiera dejar poso y en otras, simplemente, te cambia la vida.
Mucho más elástico se muestra aún a largo plazo. Parece
mentira que los días de verano sean siempre los mismos. Deben ser algo más de
90. Pero cuando eres niño es lo más parecido al tiempo infinito mientras que
cuando eres adulto siempre te acaba asombrando que se termine cuando tú aún no
habías empezado a habituarte. Tal vez sea porque sin trabajar solo sean treinta
días, con suerte.
Pero cuando el tiempo juega más a dilatarse o minimizarse es
en los momentos claves de la vida. Los momentos grandes, intensos, felices
tienden a prender como una mecha encendida impregnada en pólvora. Chispeantes,
intensos, cálidos… para acabar pasando a nuestro recuerdo tras la eclosión
final. Ahí sí, ahí perviven y conseguimos eternizarlos.
Pero la captura del momento en el momento se hace difícil y
cuántas son las veces que pasa tan efímero que solo nos damos cuenta de lo que
ha pasado cuando ya no somos protagonistas sino nostálgicos rumiadores de
recuerdos.
A veces la vida es generosa y son tan largos esos periodos
que puede hacer desaparecer la elasticidad del tiempo, pasando a ser plasticidad que permite vivir la
felicidad en toda su amplitud y en diferentes forms.
Una amplitud de la que tampoco carecen los malos momentos.
Cuando la vida se complica, cuando todo parecen atolladeros, cuando todas las salidas
presentan obstáculos y nada se pone de frente es muy difícil convertir los
minutos en segundos. Justo cuando empieza lo malo, como decía el escritor, el
tiempo vuelve con su cruel elasticidad y nos hace vivir con angustiosa
parsimonia esos momentos que quisiéramos no tener que soportar.
Pero los soportamos. Y los superamos. Y pasamos página. Y,
cuando ya no te das cuenta, la vida te ha vuelto a meter en la sensación
temporal efímera, donde todo pasa deprisa porque pasan cosas, porque te sientes
vivo y porque, quizás, aprendiste mucho de los largos malos tiempos. Y sí,
tienes ganas de pelear para alargar los días porque crees que, ahora sí, sabrás
disfrutarlos y conseguirás que la elasticidad del tiempo juegue a tu favor.
Algunos los llaman percepción. Otros, madurez.
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