Mi hijo acaba de merendar media
barra de pan, un vaso de leche con toda su grasa y un sobao que rezumaba
mantequilla. Por supuesto, yo lo he mirado desde la distancia, recordando el
triste pedazo de piña sin aliño alguno con el que me he dado un amago de festín
vespertino.
A él no le irán las calorías al
michelín, a la lorza o a la curva de la felicidad. Pero es pasar de los treinta
y convertirnos en transformadores de aire en carnes. A este efecto se le suma
el encogido de la ropa de verano en el armario y es así como, año tras año, nos
enfrentamos (cada vez con menos éxito) a la operación bikini.
¡Cuánto sufrimiento para tan poco
rendimiento!
Y, por si fuera poco, nos
encontramos con que año sí, año también, la operación bikini se adelanta porque
tenemos una comunión primaveral. O varias. Y, claro, empezar a probarse
trajecitos en tonos pastel que dejan todo lo acumulado durante el invierno a la
vista y entrar en frustración en barrena es todo uno. Por no hablar del blancor…
En fin, que es así como el mes de
abril, año sí, año también, se nos pasa en un ay de sufrimientos y penitencias dietéticas,
e incluso deportivas, para llegar con dignidad a las citas familiares marcadas
en nuestro calendario.
Y no, no es solo cosa nuestra.
Ellos también se ponen. Aunque suele ser solo en el caso de eucaristía del propio
descendiente. Con diferencias. Nosotras pecamos de optimismo y nos compramos el
traje en el que hemos de caber el día señalado sí o sí (“Uy, cómo aprieta y qué
mal cierra la cremallera en este probador”) mientras que ellos adaptan uno del
armario o se compran el que les queda bien antes de someterse al estricto “lechuga
y pechuga”.
Y, cuando llega el gran día, ¿qué
ocurre? Pues ahí estamos nosotras. Estupendas, sonrientes, erguidas,
inmovilizadas en la postura en la que hemos logrado echar todos los cierres. Sin
respirar. ¿Y ellos? Bailando holgadamente dentro de su traje.
¿Resultado? En las conversaciones
de cóctel y banquete es el padre el que más veces escucha aquello soñado en
esas noches de ensalada sin aceite: “Estás más delgado”. Mientras, nosotras,
nos conformamos con cumplidos genéricos del tipo, “¡Qué guapa estás!” o “¡Qué
vestido tan elegante!”. Tanto esfuerzo para tan poco reconocimiento.
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