martes, 19 de mayo de 2015

Operación comunión


Mi hijo acaba de merendar media barra de pan, un vaso de leche con toda su grasa y un sobao que rezumaba mantequilla. Por supuesto, yo lo he mirado desde la distancia, recordando el triste pedazo de piña sin aliño alguno con el que me he dado un amago de festín vespertino.

A él no le irán las calorías al michelín, a la lorza o a la curva de la felicidad. Pero es pasar de los treinta y convertirnos en transformadores de aire en carnes. A este efecto se le suma el encogido de la ropa de verano en el armario y es así como, año tras año, nos enfrentamos (cada vez con menos éxito) a la operación bikini.

¡Cuánto sufrimiento para tan poco rendimiento!

Y, por si fuera poco, nos encontramos con que año sí, año también, la operación bikini se adelanta porque tenemos una comunión primaveral. O varias. Y, claro, empezar a probarse trajecitos en tonos pastel que dejan todo lo acumulado durante el invierno a la vista y entrar en frustración en barrena es todo uno. Por no hablar del blancor…

En fin, que es así como el mes de abril, año sí, año también, se nos pasa en un ay de sufrimientos y penitencias dietéticas, e incluso deportivas, para llegar con dignidad a las citas familiares marcadas en nuestro calendario.

Y no, no es solo cosa nuestra. Ellos también se ponen. Aunque suele ser solo en el caso de eucaristía del propio descendiente. Con diferencias. Nosotras pecamos de optimismo y nos compramos el traje en el que hemos de caber el día señalado sí o sí (“Uy, cómo aprieta y qué mal cierra la cremallera en este probador”) mientras que ellos adaptan uno del armario o se compran el que les queda bien antes de someterse al estricto “lechuga y pechuga”.

Y, cuando llega el gran día, ¿qué ocurre? Pues ahí estamos nosotras. Estupendas, sonrientes, erguidas, inmovilizadas en la postura en la que hemos logrado echar todos los cierres. Sin respirar. ¿Y ellos? Bailando holgadamente dentro de su traje.


¿Resultado? En las conversaciones de cóctel y banquete es el padre el que más veces escucha aquello soñado en esas noches de ensalada sin aceite: “Estás más delgado”. Mientras, nosotras, nos conformamos con cumplidos genéricos del tipo, “¡Qué guapa estás!” o “¡Qué vestido tan elegante!”. Tanto esfuerzo para tan poco reconocimiento.

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