miércoles, 8 de abril de 2015

Se acabó

Aunque haga viento, aunque algún momento volvamos a sentir que el frío quiere reacomodarse en alguno de nuestros días, aunque haya árboles que aún no enseñen su hoja, se acabó el invierno.

Un invierno largo y oscuro que, una vez más, da paso a una primavera sobre la que generamos tal vez excesivas expectativas y que quizá pase con más alergias que alegrías. Pero, ¡qué diablos!, atrás quedan el frío y la oscuridad de un invierno que en algunos momentos amenazaba con perpetuarse y devenir en tristeza de puro yermo.

Depende de dónde transcurra nuestra rutina, esta primavera habrá pasado ya la floración de los frutales o ni siquiera apunten los capullos en las ramas. Pero, en el Norte o en el Sur, con o sin flores, hay luz, más luz. A costa de la hora que perdimos hace un par de semanas ahora vemos cómo la noche se aleja y se acorta, cada día un poco más.

Tal vez no sea una buena noticia para los seres oscuros a quienes les asusta la luz, quizás porque tiene el color de la verdad. O para los seres de hielo que gustan de expandir el frío a su alrededor, quizás porque carecen de corazón.

Pero para los demás, para esa mayoría de seres tan iguales y sencillos como diferentes y extraordinarios, estos días de abril ya dejan atisbar que ese momento duro y frío ha tocado a su fin. Una vez más. Otro ciclo que se acaba y la vida que se empecina en volver a empezar.

Sí, como la canción, se asienta la primavera y el “mundo es otro”. Antes de que nos demos cuenta quedará en el olvido la crudeza de tres meses que, en esta ocasión, han sido francamente prescindibles y volveremos a despotricar del calor, del no poder parar y del propio goce de la luz de una vida a veces demasiado intensa. Si es que alguna vez la intensidad de la vida puede ser excesiva.


Se acabó.

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