miércoles, 13 de mayo de 2015

El precio de la infidelidad


Soy fan absoluta de las películas de sobremesa serie C que emite la cadena triste en fin de semana y que la cadena pública ha sustituido recientemente (qué desatino) por sendos culebrones patrios entre semana en la primera franja de la tarde.

Me apasionan los títulos, tan parecidos entre sí como sus argumentos y personajes. Y aunque este titular es más de las de factura norteamericana (Canadá incluido), lo cierto es que, sobre todos las alemanas, seguidas de cerca por las suecas, tienen un efecto catártico y narcótico sobre el ser humano digno de estudio.

Pero no, mi infidelidad no podría protagonizar uno de estos guiones predecibles y, para empezar, ni siquiera soy rubia. Eso sí, las compañías telefónicas de este país se han encargado de dejarme claro que una infidelidad nunca sale gratis. Aunque el contrato que medie sea meramente mercantil y nada tenga de sentimental.

He querido cambiarme de compañía. Harta de décadas de silencio al otro lado (miento: musiquita martilleante durante inagotables minutos) y deseosa de que alguien me hiciera caso como cliente buena que soy, me lancé a tener una aventura.

Una vez contactada la nueva compañía poco se hicieron esperar los mensajes y llamadas de la antigua. Esas señales que hubiesen hecho que nuestra relación no se resintiera por la rutina y la indiferencia aparecían justo ahora que yo quería dejarla. Muy digna, me hice la indiferente y les dije que a buenas horas.

Y llegó el día de la cita con el nuevo operador. Encerrada en casa desde las 8 de la mañana, sin móvil, estuve esperando como el triste de la canción de Perales. Y, como en la canción, así me quedé: esperando. Nadie apareció.

Llamé indignada desde el fijo, último nexo de unión con el exterior. Cancelé (tras cuarenta minutos de música infernal y tres operadoras) todo lo que implicaba la nueva relación y así es como he vivido (sí se puede) varios días sin móvil.

Ahora bien, la vuelta a lo conocido, el regreso al hogar ha sido complejo y amargo, cabizbaja y un puntito humillada: restaurada la línea móvil ahora la penitencia pasa por diez días sin fijo ni ADSL. Hasta que venga el técnico. Miedo me da el despecho.


Moraleja: visto lo visto, en telefonía es aplicable el “más vale malo conocido”. No se sabe si hay bueno por conocer y el precio de la infidelidad es la incomunicación. 

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