Soy fan absoluta de las películas de sobremesa serie C que
emite la cadena triste en fin de semana y que la cadena pública ha sustituido
recientemente (qué desatino) por sendos culebrones patrios entre semana en la
primera franja de la tarde.
Me apasionan los títulos, tan parecidos entre sí como sus argumentos
y personajes. Y aunque este titular es más de las de factura norteamericana
(Canadá incluido), lo cierto es que, sobre todos las alemanas, seguidas de
cerca por las suecas, tienen un efecto catártico y narcótico sobre el ser
humano digno de estudio.
Pero no, mi infidelidad no podría protagonizar uno de estos
guiones predecibles y, para empezar, ni siquiera soy rubia. Eso sí, las
compañías telefónicas de este país se han encargado de dejarme claro que una
infidelidad nunca sale gratis. Aunque el contrato que medie sea meramente
mercantil y nada tenga de sentimental.
He querido cambiarme de compañía. Harta de décadas de
silencio al otro lado (miento: musiquita martilleante durante inagotables minutos)
y deseosa de que alguien me hiciera caso como cliente buena que soy, me lancé a
tener una aventura.
Una vez contactada la nueva compañía poco se hicieron
esperar los mensajes y llamadas de la antigua. Esas señales que hubiesen hecho
que nuestra relación no se resintiera por la rutina y la indiferencia aparecían
justo ahora que yo quería dejarla. Muy digna, me hice la indiferente y les dije
que a buenas horas.
Y llegó el día de la cita con el nuevo operador. Encerrada
en casa desde las 8 de la mañana, sin móvil, estuve esperando como el triste de
la canción de Perales. Y, como en la canción, así me quedé: esperando. Nadie
apareció.
Llamé indignada desde el fijo, último nexo de unión con el
exterior. Cancelé (tras cuarenta minutos de música infernal y tres operadoras)
todo lo que implicaba la nueva relación y así es como he vivido (sí se puede)
varios días sin móvil.
Ahora bien, la vuelta a lo conocido, el regreso al hogar ha
sido complejo y amargo, cabizbaja y un puntito humillada: restaurada la línea
móvil ahora la penitencia pasa por diez días sin fijo ni ADSL. Hasta que venga
el técnico. Miedo me da el despecho.
Moraleja: visto lo visto, en telefonía es aplicable el “más
vale malo conocido”. No se sabe si hay bueno por conocer y el precio de la infidelidad
es la incomunicación.
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