Después de más de quinientas columnas he estado a punto de
repetir un titular. Y no a propósito sino porque hay lugares comunes que nos
hacen volver la mirada una y otra vez hacia las mismas realidades.
Sí, iba a titular “La tiranía de los mediocres” y, aunque en
la anterior ocasión me refería más a los mediocres en el mundo adulto, esta vez
el foco se sitúa en edades más tempranas, cuando aún estamos por acabar de hacer
y somos seres totalmente influenciables por nuestro entorno.
Esta semana ha rodado en la red un artículo de Pérez-Reverte
sobre las chicas que acosaron a otra adolescente hasta abocarla al suicidio.
Las jovencitas en cuestión van a pagar con apenas unos meses de trabajos para
la comunidad el tormento al que sometieron a su compañera.
Este caso tan dramático es paradigmático por el trágico
final, pero cada día, en muchas aulas, se viven situaciones de acoso (y
derribo) con distintos epílogos, aunque con similares argumentos.
Los más mediocres, los que no destacan en nada, solo
encuentran la fórmula del acoso al diferente como fórmula para salir de la
mediocridad. Ya en la adolescencia se convierten en malditos acosadores, en
generadores de inseguridades e infelicidad. Y, una vez más, como preludio de
los tiranos mediocres en los que seguro se convertirán, se van de rositas o
pagando un precio incomparable a la magnitud del dolor que causan.
El que tiene inquietudes artísticas, el que prefiere
estudiar a irse de botellón, el gay, el que prefiere leer un libro a fumarse un
porro… estos se convierten el perfecto objetivo de los que no cogen un libro
más que por error, que lo último que pintaron fue el 4 de su cumpleaños, que
van al colegio para permanecer un rato aparcados y que en realidad no saben si
son gays o heterosexuales porque nunca han querido a nadie aparte de sí mismos.
Y, así, unos comentarios malditos, en un entorno que todo lo
puede, cavan la tumba de espíritus creativos o de, simplemente, personas
diferentes.
No y no. Hemos de estar más atentos y poner en práctica lo
único que garantiza nuestra edad: la experiencia. Y no permitir que nuestros
hijos estén en el lado de los mediocres acosadores ni que unos malditos les
impidan ser como son.
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