miércoles, 28 de enero de 2015

Malditos

Después de más de quinientas columnas he estado a punto de repetir un titular. Y no a propósito sino porque hay lugares comunes que nos hacen volver la mirada una y otra vez hacia las mismas realidades.

Sí, iba a titular “La tiranía de los mediocres” y, aunque en la anterior ocasión me refería más a los mediocres en el mundo adulto, esta vez el foco se sitúa en edades más tempranas, cuando aún estamos por acabar de hacer y somos seres totalmente influenciables por nuestro entorno.

Esta semana ha rodado en la red un artículo de Pérez-Reverte sobre las chicas que acosaron a otra adolescente hasta abocarla al suicidio. Las jovencitas en cuestión van a pagar con apenas unos meses de trabajos para la comunidad el tormento al que sometieron a su compañera.

Este caso tan dramático es paradigmático por el trágico final, pero cada día, en muchas aulas, se viven situaciones de acoso (y derribo) con distintos epílogos, aunque con similares argumentos.
Los más mediocres, los que no destacan en nada, solo encuentran la fórmula del acoso al diferente como fórmula para salir de la mediocridad. Ya en la adolescencia se convierten en malditos acosadores, en generadores de inseguridades e infelicidad. Y, una vez más, como preludio de los tiranos mediocres en los que seguro se convertirán, se van de rositas o pagando un precio incomparable a la magnitud del dolor que causan.

El que tiene inquietudes artísticas, el que prefiere estudiar a irse de botellón, el gay, el que prefiere leer un libro a fumarse un porro… estos se convierten el perfecto objetivo de los que no cogen un libro más que por error, que lo último que pintaron fue el 4 de su cumpleaños, que van al colegio para permanecer un rato aparcados y que en realidad no saben si son gays o heterosexuales porque nunca han querido a nadie aparte de sí mismos.

Y, así, unos comentarios malditos, en un entorno que todo lo puede, cavan la tumba de espíritus creativos o de, simplemente, personas diferentes.

No y no. Hemos de estar más atentos y poner en práctica lo único que garantiza nuestra edad: la experiencia. Y no permitir que nuestros hijos estén en el lado de los mediocres acosadores ni que unos malditos les impidan ser como son.


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