Aún era un poco pequeña cuando un escritor novel ganó un
premio literario con “La otra orilla de la droga”. A pesar de mi edad, mi
madre, compró aquel libro y esa novela, unido a lo que veía a mi alrededor, me dieron
una perspectiva de lo que podía suponer cruzar ciertos límites y qué podía
encontrar al otro lado. No me pareció nada atractivo y siempre tuve claro que
decir “no” no era la posición cobarde.
Con los años he visto a demasiadas personas próximas cruzar
al otro lado como para banalizar o decir que se trata de una elección personal
y que allá tú si te metes. Cierto es que hay un grado elevado de voluntariedad,
pero la presión del entorno, la fragilidad de la personalidad en determinadas
etapas o el gusto por ir al límite puede llevarnos a orillas que seguramente se
parecen al infierno.
Estos días, sin embargo, he tenido la oportunidad de mirar
de frente a quienes han cruzado a otro lugar indeseado sin pretenderlo jamás.
He visto a personas que han atravesado momentos de dificultad y cuando su vida
se ha puesto a la deriva la mala fortuna ha varado sus existencias en el lado
incorrecto: el lado de la pobreza.
Mucho hemos visto y oído estos días sobre el hambre en
España. Y han clamado dos voces: las de quienes mandan, insistiendo en airear
los números de sus ayudas e intentando no mencionar el problema (no vaya a ser
que en ellos resida parte de la culpa), y las de quienes suplican esa ayuda
para los que viven, sin quererlo, al otro lado.
He visto a un hombre con los ojos llenos de lágrimas no
porque él no puede comer sino porque cada día mira a la cara de familias que no
tienen qué comer y él hoy tiene menos para darles. Afortunadamente, no todo
está perdido. Muchos hemos oído y muchos han actuado. Hoy sigue habiendo pobres
en España. Por desgracia, la situación no tiende a mejorar. Pero hoy hay muchas
más personas que han visto que ese otro lado existe y han decidido ayudar en
esa dura travesía. Tal vez porque te puede pasar a ti.
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