Lo leí en un diario digital presuntamente progresista. Este
detalle no es baladí puesto que una presupone una criba inicial de cierto
perfil extremista y xenófobo que, a priori, no va a elegir este diario para
informarse.
Hecha la introducción, lo que importa. Cada vez hay más
niños pobres en España. Pobres a quienes sus padres no les pueden ofrecer ni
siquiera una comida decente al día. Viven en la puerta de al lado o en el patio
de enfrente.
Contaba el artículo esta realidad personalizándolo en una
madre que cada día recorre seis kilómetros para ir a comer con sus hijos a Casa
Caridad, una ONG aconfesional (dato también relevante de cara a los comentarios)
que ha tenido que redoblar su servicio en los últimos años. Como todas las organizaciones
que ayudan a dar de comer a los pobres.
Los niños de la historia comen de la caridad ajena y vuelven
a sus aulas. Tres kilómetros para ir, tres para volver. Ya hemos hablado otras
veces del dolor que debe sentir una madre al ver que ni siquiera puede
proporcionar alimento a sus hijos. Y la vergüenza que debe sentir las primeras
veces. Cuánta desesperación.
Se completaba el artículo con datos y testimonios, algunos
de Cáritas. Obviamente.
Con lágrimas en los ojos y tristeza en el ánimo, cometí el
error: pasé a los comentarios. Y ahí la impotencia se trocó en rabia. Los
comentarios, leídos al azar entre más de 400, arremetían con clichés
beligerantes contra la iglesia (¿?) y la corrupción. O le decían a la madre
(checa) que volviera a su país, que allí había menos paro y que no consumiera
nuestros servicios. Y así en su mayoría. ¿Es que no han leído el mismo
artículo?
Insolidarios, llenos de prejuicios, cargados de inquina…
¿Por qué nadie pregunta cómo ayudar, dónde se puede echar una mano o qué hace
falta para que los niños (de cualquier raza) no pasen hambre?
¿Indignada? Sí, mucho. La crisis no se irá de España
mientras nuestro país esté tomado por la mezquindad.
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