Salgo. Cojo el coche. Ya es de noche. Hace frío. Llueve a
ratos. El día ha sido pesado. ¿Más de lo normal? No. A fin de cuentas, ¿qué es
normal?
Parece que todo el mundo camina solo por la calle. Nadie
habla con nadie e incluso los dedos no se deslizan por pantallas de smartphones a causa del frío. Para
acabar con esa sensación de infinita soledad, acuciada, sin duda, por el
cansancio, pongo la radio.
Cruza ante mi vista un corredor, desafiando a la noche, al
frío y al día duro que precede a su carrera sin meta. La casualidad, ¿existe?, pone
la banda sonora: empieza a sonar en una cadena de viejos éxitos Eye of the tiger.
Y entonces toda la perspectiva cambia y la calle se
convierte en una puesta en escena preparada para el corredor. ¿Qué es lo que le
anima a salir a estas horas? ¿Con un tiempo de perros y sin buscar,
evidentemente, ninguna medalla olímpica?
El pundonor, el sentirse mejor, saber que hoy va a hacer
algo para sí mismo y que le apetece. Sin recibir órdenes, sin sentirse
presionado por presupuestos o plazos. Solo porque quiere y porque es el tiempo
que tiene para él. Aunque fuera llueva, aunque el sofá le llama a gritos
mientras se ata las zapatillas, aunque el cansancio atenaza sus piernas, ha
sido más fuerte su necesidad de escapar y de sentirse libre.
Muchos han encontrado en el deporte urbano esa válvula de
escape que les permite huir de la rutina, de los “más de lo mismo” de cada día
y, de paso, coger fondo y forma, algo que no está de más visto lo visto.
Se va acabando la canción y otros corredores han ido tomando
el relevo al que apareció con los primeros compases. De momento, habrá que
conformarse con mirarlos desde el coche y ponerles la banda sonora. El tiempo
dirá si algún día acabamos al otro lado del parabrisas. El lado de los
valientes.
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