Una niña. Sola en un portal. Esperando con el anorak puesto,
una mochila y una maleta. Típica estampa de custodia compartida. Llama al
timbre. Quizás por segunda vez. “Sí, sí”, suena una voz de hombre, impaciente,
despistada. “Papá, te quiero”, lanza la niña su mensaje. No le escucha. “Ya
bajo”, obtiene como única y apresurada respuesta.
Estaba oscuro. No pude ver cara de la niña. Tal vez su
ingenuidad le ayudó a superar la tristeza que nos embarga incluso al leerlo. O tal vez
estaba ya está acostumbrada a la decepción.
Lástima de ese “Te quiero” perdido. Lástima de esa niña que
no ha podido escuchar siquiera un socorrido, y quizás algo vacío, “Yo también”.
Hoy es el día de los “te quiero”. Estandarizados,
embotellados, enlatados, encorsetados… Pero “te quiero”, a fin de cuentas.
Lástima que haya que buscar un día en el calendario para
regalar bombones, mandar flores, preparar una velada especial. Lástima que hoy
sea día de grandes almacenes y corazones de cartón piedra. Lástima que hoy para
algunos sea más duro soportar la soledad.
La niña de la maleta está superando su primera decepción
frente a un “te quiero” perdido sin apenas darse cuenta. Quizás esté empezando
a formar callo alrededor de las desilusiones que llegarán en el futuro y todo a
partir de ese primer “te quiero” perdido en el viento.
Hoy es un día para recordar que amamos, que estamos ahí,
que se puede contar con nosotros. Y para sentirse amado, saber que tenemos
alguien ahí y que contamos con ese alguien. Pero ayer también lo fue, y mañana
debería serlo.
Aunque hoy nos dejemos llevar por la borrachera almibarada y
por la tentación de esa tarta con forma de corazón que lleva nuestro nombre,
dejémonos llevar también mañana por ese entusiasmo, repitamos ese “te quiero”
hasta que estemos seguros de que lo ha oído y permanezcamos bien atentos para
nunca dejar morir en el aire un “te quiero”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario