Lo peor es que sea una hora de primavera. Del primer domingo de primavera. Solo por el
hecho de levantarte ya cuentas con una hora menos que cualquier otro día del
año. Y, sobre todo, parece que esa hora se acumula duramente en el inmediato e
inevitable lunes siguiente.
Suena el despertador y vuelve a pasar como semanas atrás:
sigue siendo de noche y aún hace frío. La hora robada al domingo cae con todo
su peso en ese lunes fatídico que parece que se va a alargar infinitamente.
Porque justo es el día en el que te apetecería acostarte
antes de soportar los deportes del informativo e incluso evitarías el trámite
gastronómico de la cena. Pero, claro, ¿cómo vas a acostarte si todavía es de
día?
Porque esa es la contrapartida a la hora hurtada a la
primavera: la noche se aleja, el atardecer se alarga y, si no fuera porque es
lunes, tal vez el día invitara a algo más que al recogimiento casero.
La semana va a pasar arrastrando los efectos de esa hora de
menos en cada mañana oscura y huraña, pero retomando el humor por la tarde
cuando la noche se aleja. No hace calor, pero hay algo que ya huele a verano, a
despreocupación, a manga corta…
Lástima que siga volviendo el implacable octubre para
abocarnos de nuevo a la noche temprana. ¿Alguna vez dejarán de robarnos esta
hora de primavera para hacer más gris el otoño?