Finalmente nos van a privar del momento más sangriento del
circo más exitoso de esta temporada. El príncipe desvaído no va a saltar a la
arena con el taimado tahúr que, según su amarga versión de perdedor, se ha
aprovechado de él y de su buen nombre para hacer negocios tan rentables como
ilegales (¿o son solo inmorales por no estar juzgados?).
Lo peor de este caso es que, pase lo que pase y haya
ocurrido lo que haya ocurrido, el demacrado duque ya ha sido elegido culpable
por el pueblo. Un blanco demasiado fácil: alto, guapo, rico, buen matrimonio,
buenos contactos y grandes dosis de ambición.
A poco que haya algo fuera de lugar será lapidado
públicamente. En sentido figurado, sí, pero nunca volverá a ser el mismo y eso
lo sabemos todos, empezando por él. Del sueño a la pesadilla pasando por los
años de cuento de hadas mediático.
Ahora lo que vive es un horror mediático que el juez
instructor no ha querido avivar evitando el careo entre socios. No podrá
decirle a la cara a su exsocio aquello de “Me engañaste, me mentiste…” y la
mayoría seguirá pensando que no hubo traición del amigo oportunista sino ansia
desmedida de medrar por parte del noble advenedizo.
No va a haber más circo. Y tampoco la princesa va a
acercarse al coliseo para hablar en favor de su errado amado. Nos van a privar
de varias escenas del culpable oficial del momento vilipendiado por un pueblo
hambriento, ávido por ponerle cara a los responsables de sus males.
Quizás sea mejor. Quizás deberíamos preocuparnos menos de
acusar a presuntos delincuentes concretos y más de mirar hacia delante y ver
cómo encontramos el camino para salir de esta. Que los jueces hagan su trabajo.
Y nosotros el nuestro.
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