En este país estamos muy acostumbrados a las lapidaciones
mediáticas. Los apedreos fundamentalistas con cantos rodados han quedado
relegados, afortunadamente, a lecturas religiosas y a otras culturas que
todavía no han encontrado fórmulas de justicia realmente equitativas y
coherentes con los derechos humanos.
Pero, aunque ya no cogemos la piedra que rueda a nuestros
pies, sí ejercitamos la lapidación verbal mediante el criticoneo y la
maledicencia, sin duda, los dos pilares esenciales de la unión entre individuos
dispares en este nuestro país.
Porque ya lo sabemos: no hay nada que una más a dos
españoles sin nada en común que encontrar a un tercero sobre quien despotricar
en las horas muertas. Y si uno tiene poder mediático o arrastre en las redes
sociales, ese tercero ya lo tiene claro para los restos.
En este final del verano hay dos mujeres que viven sus
apedreos mediáticos con trasfondos de muy distinto cariz: la autora del primer
informe del caso Bretón y la concejala de Yébenes.
La primera cometió, ciertamente, un error funesto. Un error
que ha retrasado diez meses el desenlace y que ha alargado el sufrimiento de
una madre que mantenía una vana esperanza. Tantos meses de incertidumbre para esto…
Imagino que la forense en cuestión bastante tendrá con su conciencia y con su
¿despido? (destitución, cambio de puesto…), pero hay daños que, efectivamente,
tienen que pagarse. Ya han tomado las medidas oportunas sus superiores, dejemos
que sea ella la que ahora se ponga su propia penitencia. Seguro que no se queda
corta.
Y luego tenemos el caso de la masturbación más
vista/leída/oída en los últimos tiempos. La tal Olvido eligió mal a sus
compañeros de juegos y eligió peor aún el canal por el que mandaba sus íntimas
películas. Pero como el adulterio (supuesto) no es delito (volvemos a María
Magdalena y las lapidaciones bíblicas), ¿a qué santo estamos dándole vueltas y
vueltas al tema toda la semana? ¿Acaso la concejala no puede hacer con su
cuerpo lo que le venga en gana? ¿A qué viene tanto revuelo ante algo tan ajeno
y que solo acaba afectando a la intimidad de la concejala, a su marido, a sus
hijos y, si acaso, a sus alumnos? ¿Por qué se ha mirado con estos reprimidos ojos?
Porque somos así.
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