Los escasos momentos de felicidad consciente coinciden con
momentos puntuales en lo que todo se confabula para que nos sintamos en una
nube. Una nube que, como todas, acaba siendo pasajera y a la que suceden días
mejores y peores y momentos
sencillamente vulgares y cotidianos. En cualquier caso, momentos que no
volverán.
Normalmente la felicidad como concepto experiencial no se
ciñe a ese instante en el que se toma conciencia de su existencia. Suele
tratarse de una etapa de la vida que mientras se atraviesa (en el mejor de los
casos) o una vez finalizada (en la mayor parte de los casos, una lástima) se
vive o se recuerda como un periodo que somos capaces de aceptar como feliz.
“¿Cuando te acuerdas de algo de cuando eras pequeño y te dan
ganas de llorar, eso es nostalgia?”, esa fue la pregunta de mi hijo. Me
sorprendió la sencillez con la que era capaz de describir un sentimiento tan
difícil de expresar por un adulto. Recordar suele impregnar el pasado de un
velo de lo que quisiéramos que realmente hubiese pasado. Así, el recuerdo suele
crear más etapas felices de las que fuimos capaces de disfrutar.
En ese ejercicio de evocación ya aparecen la vivencia
personal y el entorno social convertido en una unidad: la experiencia personal.
Y puede parecer sorprendente descubrir que los momentos que recordamos con más
nostalgia, que percibimos como felices, pero ya terminados, suelen ser momentos
difíciles.
Difíciles por una situación personal complicada, por un
entorno hostil y por acumulación de circunstancias negativas a nuestro
alrededor y en nuestro interior. Pero es ahí donde sacamos las ganas de luchar,
donde conseguimos disfrutar los momentos auténticos y donde aprendemos a
valorar lo realmente importante.
Se avecinan días difíciles. El entorno que nos proporciona la
seguridad de lo conocido se tambalea y todo lo que nos rodea parece caminar por el filo de la navaja. Pero
también nos vamos a acostumbrar al esfuerzo y a evaluar lo que realmente es
necesario, lo que de verdad importa y que lo esencial es ser, por encima de
tener.
Si somos capaces de cambiar, probablemente, dentro de veinte
o treinta años recordaremos estos días venideros como los felices tiempos
difíciles en los que nos reencontramos.
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