“Aunque nuestros recuerdos se pierdan y las fotos no nos
ayuden a volver a esos días, siempre dejaremos algo en los demás”.
Es curioso, pero esta frase que tanto me ha hecho pensar hoy
estaba escrita en un lugar en el que uno no esperaría encontrarla jamás: una
falla. Y es que todo alrededor de ese lugar insospechado para un pensamiento
tan profundo recordaba al olvido, a la enfermedad que consigue que un día dejes
de saber quién eres y apenas deje rastro de quién fuiste. Sin remedio y hasta
que dejas de ser.
El maldito Alzheimer ha vivido siempre a nuestro alrededor.
Mezclado con otras demencias, asociado, a veces impropiamente, a la senilidad y
siempre, en todos, vivido con temor, deseando escapar a la mala fortuna de la implacable
decadencia del olvido.
Es curioso, pero a lo largo de la vida utilizamos el olvido
como terapia para superar momentos o circunstancias que nos han causado dolor. Qué
diferente debe ser enfrentarse al olvido por pura enfermedad, teniendo que
luchar a diario para continuar recordando incluso las cosas más nimias para
continuar viviendo.
No saber quién eres. De dónde vienes. A dónde vas. Y ni
siquiera reconocer a esa persona que te ama hasta el sufrimiento y que te cuida
aunque hoy no sepas quién es.
La enfermedad del olvido nos pone también sobre aviso anticipado
de qué dejamos realmente tras nuestro paso. Al morir olvidaremos qué fuimos y
qué hicimos, pero incluso si lo olvidamos en vida, como también he leído en ese
lugar insospechado, nuestra huella quedará en quienes nos quieren “más fuerte
que la enfermedad, más fuerte que el olvido”.
Es curioso, pero es entonces cuando te das cuenta de que la
única forma de no haber pasado por este mundo en vano es dejando esa huella en
quienes comparten con nosotros los momentos de cada día que en algún momento se
convertirán en recuerdos.
Sí, eso es.
Si un día no me acuerdo de ti, espero seguir viviendo en tus
recuerdos.
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