jueves, 6 de noviembre de 2014

El día cruzado

Hay días tontos. Días que, afortunadamente, pasarán al olvido y nunca volverán a ocupar más espacio en nuestras vidas ni siquiera en forma de recuerdo.

Sí, una auténtica lástima. Si hace una semana hablábamos del valor incalculable del tiempo, ¿hay mayor despropósito que dar un día por perdido? Pues puede que no, pero la única alegría que nos pueden dar esos días cruzados es que, al final, se acaban. Igual que los buenos.

Ya lo sé. Vivimos en un mundo lleno de injusticias, de sinvergüenzas y de desgracias. ¿Cómo puedo permitirme el lujo de quejarme por un día en el que, simplemente, no quedará nada para el recuerdo y, si queda, tenderé a borrarlo conscientemente negándome, por ejemplo, a releer estas líneas?

Pues puedo porque sí. Porque es lo único que me queda después de haber caminado 10289 pasos recorriendo un total de 7,91 km. ¿Y qué he adelantado? Nada.

Mi maldito smartphone me proporciona estas cifras que yo no le he pedido tal vez para regodearse de mí: parezco aquel dibujo animado que no deja de correr sin conseguir ir a ninguna parte.

Ya lo sé: he recorrido casi 8 km. Y con tacones. Pero, definitivamente, no he conseguido adelantar nada. Las injusticias siguen a mi alrededor (sobre la mayoría, francamente no me veo capacitada para actuar), los sinvergüenzas continúan proliferando a pesar de tener los focos apuntándoles a los ojos (nada que hacer sobre este aspecto) y este mundo está lleno de desgracias sobre las que nadie puede hacer nada (llamémosle destino).

Sí, ya lo sé. Hay muchos días calcados al anterior, que dejamos pasar sin más. Sin exigencias y sin reproches. Pero los días cruzados nos meten el dedo en el ojo con retintín. Si quieres llegar pronto a trabajar, pierdes el autobús. Si quieres llamar a esa amiga que lo está pasando fatal, te quedas sin batería. Si quieres hacer algo sensato, acabas metiendo la pata cual patán. Y así todo el día.


En fin. Tal vez sí relea este texto cuando otro día, a media mañana, ya vea que la cosa pinta mal. Tal vez aún tenga tiempo de enderezarlo y los diez mil pasos de ese otro día sí me lleven a alguna parte. Y no lo daremos por perdido.

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