Aunque sea un montaje, acabo de ver las imágenes de un niño
sirio corriendo bajo las balas, hacerse el muerto, levantarse, seguir
corriendo y llegar hasta donde estaba una niña más pequeña y salvarla.
Pone los pelos de punta desde los tres puntos de vista. El
del cámara que observa la escena de una guerra cruel e injusta como todas. El
de los que disparan. Y el de los niños. ¿No es espeluznante ver cómo se atenta
contra unos niños a bocajarro? Como están lejos, parece que las balas duelan
menos. Triste mundo este en el que no importa la vida de los niños cuando no
son del primer mundo.
Más cerca, una madre es detenida como presunta asesina de su
hijo y varias informaciones sobre abusos nos meten el miedo en el cuerpo.
Tampoco me sirve como excusa una enajenación mental, transitoria o patológica, o
pensar que “la droga es muy mala”.
Sí, los niños son protagonistas de miles de historias de
cada día. Y por su debilidad, suelen aparecer en el papel de víctimas de
pederastas, maltratadores, fanáticos…
Pero no solo son víctimas. Tanta educación sobreprotectora
(importante el matiz de “sobre”) puede convertir a los angelitos en tiranos e,
incluso, verdugos. Si la adolescencia la extendemos en algunos casos hasta la trentena,
la infancia (a ojos de los padres) parece que puede llegar hasta los veinte.
Me cuentan algunos profesores casos de mamás (no me sale
“madre” en este contexto) que van a recoger a chavales (mayores de edad) en
prácticas dentro del horario laboral porque el chico “tiene frío”.
Por no hablar de los desmanes de los grupos de
(mayoritariamente) madres en whastsapp. Desde el intercambio de páginas de
libros olvidados en las aulas hasta preguntas insidiosas para intentar
menoscabar la imagen del profesor: “¿No creéis que ponen demasiados deberes?”,
“¿Alguien más le ha oído insultar a un niño?”, “¿No os parece que sus métodos
no son los más adecuados?”.
Aquí los niños envenenan (por supuesto, a veces las
denuncias son ciertas y hay que actuar) cuando los deberes se les ponen cuesta
arriba o cuando han perdido un tira—afloja con el maestro y las, otra vez,
mamás van creando la mala reputación del profe.
Sí, las cosas de niños tienen varias caras. Y casi todas se
parecen a lo que les hemos enseñado.
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