El riesgo es inherente a la vida de
muchas personas. Han introducido ese factor como estímulo necesario para salir
adelante o encontrar un sentido a su existencia. Sin riesgo parece que su vida
no tiene emoción y así la han convertido en una suerte de montaña rusa. O en un
sinvivir para quienes les quieren, según se mire.
Aventureros, pilotos, deportistas
extremos, astronautas… Al final todos tienen en su vida un algo que a los menos
temerarios (o más ordinarios) nos provoca, al tiempo, cierto aire de
suficiencia (“Para qué se meten en semejantes berenjenales”) y de envidia
(“Ojalá alguna vez pudiera vivir una situación tan intensa”).
Pero siempre tiene que haber alguien que
quiera llegar más lejos, ir más rápido, volar más alto, encontrar el rincón más
escondido… Esta vanguardia de hombres valientes son los que hacen que la humanidad
evolucione y que el hombre no se conforme con el aquí y ahora.
Luego están los otros. Los que se deciden
a correr riesgos innecesarios para lograr ser “lo más” en esta sociedad: famosos gracias a sus
proezas televisivas. Y estos otros son muchos.
Antes era suficiente con ser promiscuo,
procaz, descarado y deslenguado. Pero esos modelos ya se están agotando y los talent show requieren de alguna
habilidad, así que la evolución necesaria para no perder comba para los que no
saben hacer nada en concreto son los reality
de riesgo.
Con el referente la isla de las hambrunas,
hasta el paradigma del zanganerío, los
granderhermanos, ha incorporado el
peligro para hacer más llamativa su oferta. Resultado: dos brazos rotos en el
primer programa, antes de entrar en la casa de los horrores. Después, más de lo
de antes. Resultado: se acabó la hegemonía y los programas de famosos que se
lanzan al vacío (o casi) en bañador han pasado por encima de GH.
¿Morbo por verlos en bikini? Qué va. Si a
la mayoría los hemos visto en pelotas. La audiencia los ve esperando que se
partan la crisma en un salto de trampolín. Riesgo innecesario e improductivo. Esto
es lo que gusta.
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