Saber qué va a pasar un día cualquiera es siempre una
incertidumbre. Pero saber lo que va a pasar concretamente mañana ha dado que hablar en este año mayoritariamente
aciago.
Sí, el futuro es incierto. Pero mañana puede acabar el mundo.
O puede iniciarse una nueva era. O puede, sencillamente, no pasar nada. Lo
curioso es ver todo lo que se ha montado alrededor de un viejo calendario maya
que no había previsto la continuidad de todo esto más allá del frío, aunque
poco, 21 de diciembre.
Así las cosas ha habido pirados para todos los gustos: los
desesperados que esperan ansiosos que mañana sea un día realmente apocalíptico,
los soñadores que creen que esto va a ser un reinicio social con mejores
perspectivas que la era que se va y hasta los que se preparan para partir en un
vuelo interestelar de la mano de nuestros amigos los marcianos.
Para los menos esnobs la cosa es más sencilla: algunos han
invertido en sí mismos los euros destinados a regalos de compromiso (ya no
merece la pena aquello de quedar bien porque conviene) y otros se han gastado
lo de la lotería en bares y restaurantes, que las viandas y la buena compañía
traen la alegría por sí solas y no hace falta dejarlo en manos de la malhadada
fortuna. Lo que va por delante, va por delante.
Definitivamente, no preveían los mayas que nos tocara la
lotería el sábado o que en estos días nos devanemos los sesos haciendo
malabares para repartir equitativamente las fiestas entre la familia política y la
consanguínea.
Sin embargo, con este carácter realista (¿pesimista o realista
bien informado?) que nos caracteriza lo más probable es que mañana sea un día
más y que nos despertemos otra vez pensando en la lotería, en los regalos o en
el equilibrio diplomático familiar. No previeron los mayas qué poco
trascendental es nuestro mundo hoy, ¿valdrá la pena que se salve tal cual?
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