Dentro de poco volveré ser deseable para los empleadores de
este país. Después de la crisis (¿?), después de años rompiendo techos de
cristal, después de continuas pérdidas de poder adquisitivo, por fin van a
valer de algo veinte años de estudio y otros tantos de trabajo.
¿Se redescubrirá mi talento? ¿Ocuparé un puesto de
responsabilidad? ¿Valorarán mi experiencia en diferentes sectores? ¿Y mi
versatilidad y capacidad de adaptación? Yo que creía que rebasada la cuarentena
iba a estar muy complicado lo de progresar en el mundo laboral y mira tú por
dónde.
¡Ay, qué contenta estoy!
Espera, espera. No te aturulles. Rebobina. Que no es así la
cosa.
Es mejor contratar a mujeres menores de 25 y mayores de 45 porque
así queda solventado el “problema” de los hijos.
Claro, yo he sido una de esas temerarias que ha tenido hijos
antes de los 40. Dos, para más señas. Reincidente. Inconsciente. Y mis
empleadores han tenido que soportarlo y sufrirlo en sus carnes. Porque la
maternidad en este país es un problema laboral.
¡Toma ya!
No sé cómo esperan que un país progrese si el hecho de que
una mujer se quede embarazada supone para un empresario “encontrarse con el
problema”. Y más si quien lo afirma es una mujer (por cierto, ¿tendrá hijos la
susodicha?).
Imagino que el extracto de la desafortunada intervención
estará descontextualizado hasta convertirlo en más desafortunado si cabe. Pero
hay palabras que una nunca debería decir.
Después de años luchando para compatibilizar horarios
imposibles, sin llegar a los festivales de Navidad, dejando hijos enfermos
mientras te subes a un avión, pidiendo que te los recojan del cole in extremis
amigas piadosas, ahora resulta que me queda poco para dejar de ser un problema
y convertirme en carne de cazatalentos. Otra vez deseable.
Cruel paradoja si se suma a esta noticia el estudio que el
Gobierno hacía estos días para establecer un subsidio para parados mayores de
45 sin prestación. En unos días he pasado de sentirme desahuciada en caso de
quedarme en paro a pensar que esto de hacerse mayor puede ser una ventaja
competitiva.
¡Qué tristeza! ¿Nunca valdremos las mujeres simplemente por
lo que sabemos hacer? ¿Siempre insistiremos en autorrelegarnos y hacernos de
menos? Como si la realidad no fuera suficiente.
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