Desde que por la mañana vi anunciado que se iba a publicar
el informe PISA pasé el día inquieta. Pensaba que quizás se había producido el
milagro. O que quizás se confirmara la tragedia. Como finalmente ha sido.
Parece que hemos mejorado un poco (más o menos, lo que viene
siendo un pelín), pero estamos en la segunda parte de la tabla. Esa posición
incómoda que a estas alturas de temporada futbolística no nos garantizaría la
permanencia en primera. Pero, mientras que el fútbol es un divertimento y un
desahogo de masas (no hay que olvidar lo necesario que es el circo, más cuando
falta el pan), la educación es la base de una sociedad y aquí no nos damos por
enterados.
Cada vez que cambia el color del gobierno vivimos la misma situación:
los nuevos mandatarios deciden que hay que hacerse con el poder de los medios
de comunicación públicos (a las pruebas de Canal 9 me remito) y, de paso, dejar
perdurar su estela y su impronta en generaciones futuras gracias a un cambio en
los sistemas educativos.
¿Habrase visto mayor despropósito? Tanto que nos hemos
quejado de las asignaturas franquistas sobre las labores del hogar y el
espíritu nacional y ahora usamos la libertad para imponer nuestras particulares
ciudadanías o nuestras particulares religiones. Que tanto me da como que me da
lo mismo.
Me da igual el color. Todos se plantean la educación lejos
de la perspectiva pedagógica, de la eficiencia o, siendo solo pragmáticos, de
la productividad futura (no tocamos utopías como el humanismo, la riqueza
cultural de la sociedad o el tabú de la transmisión de valores). Y así nos va.
Se pasan legislaturas enteras creando leyes orgánicas que
sacan adelante con poco tiempo para poner en marcha (la educación es un tren de
largo recorrido) y con la oposición echándoles el aliento en la nuca esperando
su turno para volver a cambiarlo todo.
Señores, como decían los profesores en los tiempos en que
podían dar clase, los experimentos, con gaseosa. Dejemos de experimentar con
generaciones que convertimos en generaciones perdidas y seamos consecuentes con
lo que tenemos entre manos: el futuro de nuestra sociedad.
¿Acaso no merece la educación un pacto de Estado y dejar de
lado ideologías, sectarismos y conveniencias? Sí, así nos va: nos pisan.
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