Maite se levantó con el mismo ímpetu que la acompañaba en
los últimos siete años. Fue entonces, poco después de nacer Lucas, cuando
cambió su perspectiva de la vida. Sabía que algo pasaba hasta que al final
encontró aquel bulto que antes no estaba ahí.
Pasó todas las fases de incredulidad, negación y rabia hasta
llegar a aceptar que tenía una enfermedad de la que le daba miedo hasta
pronunciar el nombre. Tras el diagnóstico su primera intención fue dejarse
arrastrar hasta caer en lo más profundo. El ánimo para luchar lo debían tener
otros porque ella, no.
Pero fueron apenas unos días de desesperación y tristeza.
Miró a su alrededor y vio que Jaime estaba a su lado, que el pequeño Lucas la
necesitaba y, qué diablos, que su vida merecía la pena. Fue así como Maite sacó
fuerzas de flaqueza y se enfrentó a todas las fases que su tumor exigía para
abandonarla. Un año intenso de lucha, con buenos y malos momentos, pero siempre
con el objetivo de dejar atrás esa enfermedad y seguir adelante con esa vida
puesta en valor por la mala fortuna.
Y el tumor quedó atrás, dejando que Maite se levantara cada
día dando gracias por nada en particular. La vida es sujeto suficiente de
gratitud cuando se le ha mirado de frente.
Hasta esa mañana en la que volvió a encontrar algo que antes
no estaba. Una mañana en la que todos los fantasmas reaparecieron al tiempo que
todas las lecciones de vida aprendidas se esfumaban. Incredulidad, negación y
rabia pasaron esta vez raudas por su ánimo. Ya sabía a lo que se enfrentaba y
que el tiempo jugaba en su contra.
Una vez más, hace frente con valentía a un proceso que ya
conoce y del que puede hablar. Por supuesto, tiene sus momentos y confiesa que
su humor no es el mejor y que roza la mala leche. Pero la he visto fuerte,
entera, decidida y todos sabemos que saldrá de esta y que será ella quien nos
enseñe a los demás lecciones de vida.